De “SUPERHÉROES” de Pablo Torche por Angela Barraza Risso
Los
libros siempre han sido un objeto de elites. Desde los copistas en adelante, la
creación de los libros, como continentes de conocimiento, ha sido sólo para las
castas más pudientes, para los intelectuales, los estudiosos. Incluso hoy,
acceder a los libros cuesta demasiado dinero, sobre todo a los best seller, a
los libros de moda, a los que nos dice Alfaguara, Planeta o Anagrama que son
los que hay que leer, porque son los últimos “descubrimientos” de los editores que
andan por los starbuck’s y los bares cazando talentos como los de J. K. Rowling
o Ginsberg.
Es
divertido dedicarse a la edición de libros y hablar con la gente que desconoce
el oficio; pues, de verdad creen que así se dan las cosas: que escribes en un
bar o en la pieza, sólo, que te emborrachas, escribes con tinta verde y llega
un editor caza talentos que te descubre justo con un ejemplar de un contrato
millonario de publicación, porque el mundo no puede vivir sin ese talento
revelado, y no entienden que la escritura es un oficio, penca y fatigoso, como
cualquier otro y que requiere de golpear puertas, hacer lobby, genuflecciones
que implican masajes bougenitales (por no decir chupar picos, porque suena feo
en un artículo), estar, participar, corregir, mostrar, corregir otra vez, etc.
Y me parece genial que Pablo, que efectivamente publica en Planeta y en cierta
forma ha llegado a donde muchos quieren estar, nos cuente la forma en que
publica su primer libro, en RIL (que en ningún caso es Planeta) luego de ganar
el premio del CNCA, luego de llamar a “varias editoriales de la plaza”, luego
de una espera de meses, luego de reuniones, porque en parte, ayuda a
desmitificar el oficio “romántico” de la escritura y con eso ayuda también a
que los escritores noveles dejen de generar las expectativas horrorosas de la
primera publicación, a las que los pobres micro editores, nos vemos sometidos
en más de una oportunidad a lo largo del oficio.
Todo
es estrategia de marketing cuando se trata de vendernos cosas. Sobre todo cuando
se trata de libros y más aun considerando el precio a los que nos son vendidos.
Las fantasías maravillosas son para justificar que vale la pena pagar 7 lukas o
más, no por el objeto! (porque la factura de un libro jamás supera los mil
pesos, menos considerando los tirajes) sino porque el fantástico autor y sus
ideas son una especie única a la que sólo llegan las transnacionales por coincidencias
extrañas. Sepan que en verdad no es cierto.
Sepan
que la escritura es un trabajo y lento.
Primera
Publicación.
El
año 2000 obtuve el Premio del Consejo del Libro por un volumen de cuentos que
había intitulado Superhéroes, y pensé
que esta contingencia me ayudaría concretar la ansiada primera publicación. Ya había
tenido encuentros con algunas editoriales para intentar publicar un volumen
anterior, y sabía por tanto lo difícil que era conseguir que alguien revisara siquiera
el manuscrito. Pero en la ceremonia de premiación un asiduo funcionario del
Consejo del Libro me había asegurado que después del Premio me “lloverían las
ofertas” y yo, premunido de este valioso antecedente, empecé a llamar a animado
las distintas editoriales de la plaza. Finalmente en una me transfirieron con
el editor mismo, un tipo de voz cavernosa, realmente intimidante, que me
aseguró que “habían estado esperando mi llamado”, porque sabían que un autor
joven había ganado el mencionado premio. Me pidió que le mandara enseguida el
manuscrito y me pidió por honor que le diera dos meses para revisarlo, sin mandárselo
a ninguna otra editorial. “Déjame hacer bien mi trabajo, dame una oportunidad” me dijo.
Por
supuesto me encantó esta especie de complicidad literaria, aunque fuera por
teléfono, y cumplí fielmente mi compromiso. A los dos meses y medio sin recibir
llamado, empecé a tratar de ubicarlo por mis propios medios. Me tomó un buen
par de semanas que me contestara siquiera el teléfono. Su voz sonaba ahora
distante, no propiamente desinteresada, más bien cansada: “Sí, sí, yo se lo
pasé al comité editorial” dijo, como si se tratara de un recuerdo vago “ahí
ellos tienen que decidir, yo no tengo idea”.
Tuve
más o menos la misma experiencia con algunas casas independientes hasta que,
después de un tiempo, no sé cómo, conseguí hablar por teléfono con el editor de
otra de las editoriales grandes, un tipo conocido en el ambiente. De éste lo
primero que me sorprendió es que me tratara abiertamente de “hueón”, ya desde el
saludo. Pero no estaba para reparar en puntillismos de este tipo, y tampoco en
la invitación poco entusiasta con que me propuso que le llevara el manuscrito:
“Sí querí lo traí hueón, pero te digo al tiro que no creo que lo publiquemos”.
Cuando
lo fui a dejar, lo primero que me llamó la atención fue las paupérrimas
instalaciones. La oficina ocupaba un piso en un antiguo edificio residencial,
en la cual flotaban los escritorios entre rumas de cajas y legajos de papeles
arrumbados sin más en el piso. Cuando el editor me hizo pasar recibió el
manuscrito como con desconfianza. Miró el título y por alguna razón le pareció
a atractivo, lo que me transmitió con un gesto sugerente. Después me regaló con
una especie de charla sobre los usos de la literatura joven, lo que esperaba el
público y lo que había quehacer para conseguir cada vez más lectores. Fue lo
último que escuché de él.
Después
de casi un año, cuando había perdido casi por completo las esperanzas, un amigo
me consiguió una reunión con los editores de RIL, una editorial formada por una
pareja de argentinos que se había instalado hace poco en Chile. Éstos me
recibieron con interés, me dijeron que estaban interesados en autores jóvenes,
y que el libro les había parecido fantástico. Enseguida se pusieron a hablar de
literatura chilena, y deslizaron críticas a algunos autores muy conocidos. Yo,
envalentonado con la aprobación de mi libro, consideré apropiado mostrarme
completamente de acuerdo con este afán iconoclasta, que incluso maticé con
ácidos comentarios. Pero por alguna razón esto ya no les pareció tan bien y, de
pronto, mudaron de aspecto. “Bueno, tampoco es bueno criticar tanto” me dijeron
con un gesto casi de reprobación. Por supuesto, me sentí aterrorizado ante este
comentario, y prácticamente no abrí la boca en el resto de la entrevista.
La
técnica en todo caso dio resultado y el libro se publicó unos seis meses más
tarde, cuando yo ya había partido a Inglaterra a hacer un postgrado en
literatura. Puntualmente, la editorial me hizo llegar el paquete con las 10 ó
15 copias de rigor para el autor. Cuando lo fue a retirar a la oficina de
correo de la universidad estaba tan ansioso, que me comedí a sacarlo yo mismo
de la estantería. Esto me granjeó un severa reprimenda: ¡Por favor no cruce la
línea, quédese donde está!. De vuelta en el flat se lo mostré emocionado a mis
compañeros de residencia. Como nadie hablaba castellano se limitaron a observar
la chillona portada verdosa por un rato. “Quite an achievment”, contempló después un
brasilero, que algo sabía del tema, y luego todos volvieron a sus ocupaciones.
Posteado por Angela Barraza Risso
el 7:35. etiquetado en:
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