EL PORNO QUE NUNCA EXISTIÓ
Por Mario Borel
La boca
Yo no sé si exista la literatura pornográfica.
Tampoco sé si sea una característica que permita generar una taxonomía, pero sí
es un elemento que hace que la gente levante las cejas y sea capaz de eclipsar
todos los otros elementos, como si se tratase de algo realmente importante. Yo
no dudo de la pornografía: existe un cierto tipo de filmografía, de fotografía,
de producción de imagen que es efectivamente pornográfica. Hemos llegado a ese
acuerdo, y ahí, quizás, consensuamos darle características prácticas
primeramente: provocar excitación, estimular la masturbación, hacer una
determinación del placer en relación al sexo con una determinada distribución
de roles. Podría aceptar que todo aquello que tiene cum shot (toma del cuadro de la eyaculación y disparo de semen) es
pornografía, pero no podría hacer una relación necesaria entre esto y lo
pornográfico. Partamos por decir que hay una serie de fotografías dando vueltas
por internet que no muestran eyaculación y que difícilmente nominaríamos como
algo distinto de pornografía. No creo que google
sea un criterio taxonómico demasiado fiable, pero si escribimos pornografía ahí, habrá una serie de
imágenes que podrían tener que ver con lo que entendemos por porno. Si no hay
taxonomía, al menos hay una declaración de intenciones del productor que sube
el objeto y una declaración hermenéutica en el que lo reproduce.
Mi primer acercamiento a la literatura
pornográfica, o lo que se podría llamar así, fue Sade, Las 120 Jornadas de Sodoma, o Escuela de libertinaje. A Sade llegué
por Pasolini, por la versión filmográfica/re-escritura del libro, hecha en el
75. Cuando reuní estas dos cosas me tiré de cabeza a buscar todo lo que podía
sobre pornografía y literatura pornográfica. También me tiré sobre las cosas
que sabía, las definiciones de pornografía que había escuchado, las películas y
fotografías que había visto y olvidado, las escenas pornográficas que había
imaginado. Esto último quizás le daba sentido a la búsqueda: yo estaba buscando
imaginar pornografía (escribirla también) sobre la base del modo habitual en
que esta ha sido imaginada.
Tratar de rescatar lo que había imaginado y soñado
como pornografía resultaba ser lo más extraño. Noté que el sueño pornográfico
es moralmente deóntico: una escenografía y una escena mil veces actuada que nos
obligaron a soñar para satisfacer los propósitos más básicos que tiene el
sistema con sus elementos en sujeción como una forma de deber. La sexualidad en
una sociedad como la nuestra (occidental, masculocéntrica, heteronormativa) es
un deber, donde la pornografía es uno de sus brazos capitalistas, no tan solo
porque en ella se capitalice el cuerpo y los modos de producirlo, también se
capitaliza el uso del sexo, la relación cuerpo-placer, la relación placer-poder
a modo de regular la producción de la sexualidad como estrategia del saber. De
igual forma como hay un lugar porno y un horizonte pornográfico (a decir
lugares que expresan dinámicas verticales de poder para otorgar la idea de
mayor u óptima obtención de placer), también habría que aceptar que hay una
cierta pornosofía: producción de
saberes acerca del placer y el sexo (no médicos ni psiquiátricos) que por un
lado tiene un elemento constitutivo móvil, el espacio de los cuerpos
sexualizados, por otro un elemento constitutivo fijo, el estado y los saberes
dominantes que convierten el sexo genital en el horizontes de los placeres
sexuales.
Los genitales
Por supuesto para llegar a una aproximación de qué
es la literatura pornográfica tengo que aproximarme al fenómeno pornográfico.
Esto, con el fin de definirlo, es lo que me parece un lugar vacío. Las
definiciones de pornografía que he conocido son limitantes y prejuiciadas. El
primer prejuicio es la aproximación etimológica, que derivaría de porneía, que es el modo de nominar, en
el griego clásico, a la prostituta común, la perra, la que queda fuera de las
arcas sacrosantas de la virginidad y la maternidad, y también de la vida
sexo-intelectual y de concubinato de la etaíra.
Porno-grafía sería la escritura de una puta pobre. Pero ahí hay una
determinación de poder (habitual en estos maravillosos borrachos megalómanos)
que se aleja bastante del modo de producción únicamente de estructura estética
a la que yo, ingenuamente, quiero llegar. Claramente sabemos que las
estructuras puras, sin un contexto y sin relaciones de poder, no existen.
La segunda definición a la que recurro es una que
me dieron en el colegio, hace muchos años, haciendo la diferencia entre
erotismo y pornografía: mientras el erotismo se hace cargo de la relación
sexo-afectiva, la pornografía se limita a ser una producción de imágenes
sexuales sin un contenido secundario (esa es la más grande de las burradas)
para afectar al lector/espectador de un modo preciso (he aquí la segunda
burrada) a fin de conseguir la masturbación de éste. Esta fabulosa estrategia
mecanicista, según la cual todos deberíamos estar rendidos a los pies del
porno, es la que se enseñaba hace unos años en un colegio de derecha y católico
de formación jesuita, sólo para varones. La última definición (y con la que me
rendí) me la dio una amiga, A, que
creía que la pornografía era el modo de expresión que hace equivalente el
significado y el significante, es decir, el signo pornográfico es también su
significado. Bleh.
Todo esto es charlatanería. Sin embargo en los tres
casos hay algo en común, y eso es lo interesante: el fenómeno pornográfico no
sucede en la imagen, sino en la interpretación de ella, puesto que apela
fundamentalmente a un uso. La pornografía sería una experiencia metasubjetiva o
hipersubjetiva, si se quiere: deviene pornografía solo en el momento en que la
subjetividad es puesta sobre un sujeto.
El Ano
Pero poesía pornográfica no he podido encontrar. Incluso
en el texto que ocupaba de guía para esto (La
Imaginación Pornográfica, Susan Sontag, 1967) no incluía, ni en los textos
recomendados ni en los improperados, alguno que fuese de poesía.
Creo que lo que me parecía más interesante de esto
era la posibilidad de una poesía pornográfica, quizás no tanto por lo que
significa en términos de producción, como lo que tiene de contenido
simbólicamente, el contraste que se produce.
La poesía, y hablo del objeto producido bajo una
determinada normatividad y contexto en el que se reconoce una deliberación, es
fundamentalmente de producción masculina, cumple con una simbología masculina,
se le reconoce como un plus ultra en
las prácticas artísticas del lenguaje y cuyo centro de atención principal no
está en lo que se dice, sino en la interpretación que esto puede decir y en el
modo del decir. Por otro lado la pornografía está en un lugar contrario: lo que
se produce tiene por razón necesaria lo penetrado, es limitado su campo de
acción reflexiva a lo propuesto y la atención principal de esto (como mencionaba
en la brillante definición de mi amiga, A)
está puesto en lo que deviene signo, teniendo una principal preponderancia lo
que se dice, obviamente en el plano visual y no en el verbal.
La posibilidad de una poesía pornográfica subvierte
tanto el modo de considerar la pornografía como la poesía: mientras la segunda
se desacralizaría como objeto cultural exaltado, la primera se legitimaría como
procedimiento técnico de expresión de signos. Creo que lo más importante es que
remecería las consideraciones académicas sobre poesía (también sobre
pornografía, aunque el espectro académico que trata sobre pornografía sea mucho
más reducido), lo que obligaría a hacer un replanteamiento acerca de la poesía
y lo pornográfico.
La mano
Sin embargo no hay poesía pornográfica. Sin poesía
pornográfica creo que la literatura pornográfica no tiene mucho sentido. Puede
haberla o no, puede tener intervención pornográfica, pero me parece
ininteresante plantear una “cierta literatura” en estos términos, más aun como
forma de taxonomía. Creo que La Historia
del Ojo de Georges Bataille es mucho más interesante por la evidenciación
de una simbología psicológica, que por sus episodios pornográficos. Incluso,
para continuar con el ejemplo de Bataille, el episodio del armario (quizás el
más trillado respecto del contenido pornográfico de la novela de La Historia del Ojo) tiene mucho más de
interesante por los elementos que pueden comunicar fuera de una estrategia de
signos y significados.
Yo no sé si la literatura pornográfica existe, pero
hasta que no seamos capaces de concebir una poesía pornográfica. La literatura
pornográfica, o lo que entendemos hasta ahora por ella, sólo será un criterio
de censura, mientras que la pornografía seguiría siendo el arte de la
masturbación masculina y la poesía, bueno, poesía eres tú.
Posteado por Angela Barraza Risso
el 5:24. etiquetado en:
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