TRES POETAS ECUATORIANOS FRENTE A UN PAÍS IMAGINARIO
A propósito de la segunda edición de Un
país imaginario. Escrituras y transtextos, 1960-197, de próxima aparición
en España, tres poetas ecuatorianos hablan sobre ella.
CRISTÓBAL ZAPATA
Cristóbal, en Un
país imaginario se busca trazar un mapa de poéticas en Latinoamérica
¿piensas tú que esa búsqueda ha reflejado la convivencia de estilos o más bien
acentuó aún más las diferencias?
Creo que el conjunto de la selección se propone precisamente postular una
poética de la diferencia que acaso podría admitir el calificativo de
postbarroca o transbarroca (lo que queda después del barroco y su revival
ochentista; lo que va más allá de esas experiencias) esto es un cúmulo de
escrituras que trabajan con ciertos móviles retóricos y conceptuales del
neobarroco (el anacoluto, la sintaxis fragmentada, el andamiaje intertextual,
la referencia cultista), pero que también echan mano de algunos resortes de la
poesía conversacional (la recuperación de los registros del habla, de la
oralidad), de lo cual resulta una textualidad híbrida donde el yo lírico la
mayoría de las veces aparece dislocado o en franco transe de disolución. Este
sería quizá uno de los aspectos sobre los cuales valdría la pena reflexionar:
frente al emisor poético centrado de lo que se llama muy imprecisamente “poesía
de la experiencia”, el locutor transbarroco se muestra completamente
descentrado, pues hay allí un desbordamiento de la subjetividad en su necesidad
por rebasar el dato autobiográfico y abarcar o diluirse en la prosa de la
realidad… En definitiva Un país
imaginario antes que un mapa de las diversas poéticas que hoy por hoy
conviven en el ámbito latinoamericano, privilegia esas transescrituras
características del impulso postbarroco.
¿Crees que haya un estilo predominante dentro de la
muestra?
Justamente este que he llamado postbarroco o
transbarroco que para bien o para mal sospecho que no es un estilo o escritura
de transición –aunque entraña una mutación perpetua–, pues mientras sigamos
sometidos a la obscena transparencia mediática, la opacidad que propone surge
también como una política o estrategia de resistencia. En un régimen de
relaciones telextuales que de algún modo han empobrecido el lenguaje en tanto
se agotan en “el mensaje”, en “el recado”, acaso las dicciones “transtextuales”
tengan la virtud de llamar la atención sobre el lenguaje mismo de un modo más
enfático, a veces histérico, enajenado, convulsivo, revulsivo. Tal vez el
postbarroco no sea sino el estilo que corresponde al estío posmoderno.
LUIS CARLOS MUSSÓ
Luis Carlos, la propuesta de Medo de mostrar algunas voces poco
conocidas y cuyos textos a ratos parecieran estar al margen de nociones
convencionales de poesía, ¿podría plantear una ruptura para el lector con lo
que él usualmente está acostumbrado a encontrar en muestras y antologías? En
este caso, ¿eso sería positivo o negativo?
Atendiendo a la lírica, en este lado del
Atlántico hay una tradición de ruptura más arraigada que en la península. Un
libro, una lectura, una performance que se presuma vinculada a la poesía
contiene, desde su germen, una propuesta de experimento. De aquí, entiendo,
parte la selección de textos y nombres de Maurizio Medo. Dese hace mucho tiempo
que la poesía no solo que permite sino que necesita continentes emergentes, más
críticos, y una notable dosis de búsqueda. Así, considero positivo la
indagación de UN PAÍS IMAGINARIO. Más que un mapa, es una cartografía
constructo pues se está haciendo y demuestra las costuras intencionalmente:
reconoce su calidad de inconcluso.
¿Hay, en términos teóricos, algo que le quitarías o le aumentarías
a la muestra?
Ya que me referí al constructo y a lo inconcluso,
creo que quizá sea meritorio hacer una relectura del texto de aquí a unos años
y revisar los aciertos, las enmiendas posibles. Creo que Medo tiene un gran
conocimiento de los proyectos de escritura que se estás gestando en el
continente y, desde esa perspectiva, leer UN PAÍS IMAGINARIO es leer sus
subrayados. Y podemos, cómo no, incorporar nuestra lectura a esta lectura. Creo
que esta edición, si hacemos un puente con la de Quito, va a tener valores
agregados.
CÉSAR EDUARDO CARRIÓN
Muchos han dicho
que Un país imaginario es el
refrito de Medusario, aquella
muestra de poesía neobarroca. Sin querer entrar en aquel tema, César, ¿crees tú
que el neobarroco ha mostrado evoluciones estos últimos años?
Para
empezar, tendríamos que ubicar con precisión quiénes lo han dicho y con qué
intención. No basta con asumir posiciones supuestamente estéticas y defenderlas
como si se trataran de verdades absolutas. Personalmente, no me interesan las
discusiones mediadas por los insultos, las descalificaciones y las burlas
fáciles. Nunca participo de ellas. Suele ocurrir que detrás de estos debates,
de estas “guerras” entre poetas, hay mucho más que una confrontación de
opiniones. Con frecuencia, se trata de peleas por la legitimidad y la
prevalencia dentro de determinados círculos sociales, culturales o literarios.
Antes que de debates estéticos (o precisamente por serlo), se trata de luchas
por espacios de poder. Y a mí el poder (en especial, esa forma de poder) no me
interesa. Recordemos la polémica entre los que ahora llamamos poetas barrocos
(Góngora y Quevedo). Estos contrapuntos son una auténtica tradición entre
nosotros: han ocurrido a lo largo de siglos y volverán a ocurrir. No creo que Un país… sea solamente un refrito de Medusario. Me parece una apreciación
simplista y quizás interesada, y que posiblemente oculta intereses
completamente extraños a la poesía. Tampoco estoy seguro de ello. Prefiero
pensar que la poesía es un ejercicio intelectual y emotivo que nos invita a la
solidaridad, la convivencia y el respeto mutuo entre las diferencias y las
diversidades, y no una carrera por el prestigio, la fama y la autocomplacencia.
Tal es mi credo: colaborar, no competir; convivir, no discriminar.
Si
bien en la muestra preparada por Maurizio Medo hay algo de la impronta
experimental, del diálogo con las vanguardias históricas y del trabajo obcecado
con el significante de muchos de los poemas de Medusario, abundan también las tendencias y modos expresivos ajenos
al neobarroco. Puede que muchas de esas dicciones se perciban hoy como
herederas de aquellos autores y obras, pero sólo será desde lecturas
reduccionistas que ignoran o desconocen tradiciones poéticas de países como
Perú o Chile, donde ciertos modos acumulativos son anteriores al neobarroco y
tienen otros orígenes. En algunos casos, por ejemplo, la huella de Lezama
aparece más como una adopción por afinidad antes que como un patrón que se
reproduzca. Es más un homenaje antes que una rendición de cuentas o el pago de
deudas. Mucho de lo que he leído en algunos poetas de la muestra de Medo está
ya, de algún modo, en autores muy anteriores como Pablo de Rokha. Otras formas
expresivas son más afines, en cambio, a poetas como Nicanor Parra. Otra
influencia, discretamente presente en varias partes del libro, parece ser la
del poeta peruano Rodolfo Hinostroza o la de otro chileno, Raúl Zurita.
¿Hinostroza y Zurita son neobarrocos? Me parece temerario reducir su voz y
etiquetarla con este membrete.
De
manera que no se trata de una muestra de neobarrocos evolucionados. Tampoco me
parece que la intención de Medo haya sido mostrar que ese camino sigue vigente
y sin cambios, a pesar de que más de uno ha leído esa convicción en el prólogo.
El problema me parece mucho más sutil y complejo y, por lo tanto, mucho menos
aburrido. En Un país… conviven poemas
y poetas que dialogan con el conversacionalismo, el concretismo, la antipoesía
y también el neobarroco, entre otros. Me sorprende encontrar, por ejemplo,
muchos poemas de corte simbolista junto a otros que se podrían calificar de
herméticos. Por supuesto que la variedad estética de la muestra está acotada
por las preferencias del seleccionador; esto es más que obvio y además es
inevitable. Por ejemplo, no encuentro nada muy cercano a la llamada poesía de
la experiencia o a la llamada por algunos, tal vez con ingenuidad, poesía de la
emoción. Un país… adeuda a mucho más que un solo acreedor poético,
pero también tiene su tonalidad y carácter propio. Por eso me gusta tanto.
¿Un país imaginario, en tu criterio,
rompe con los cánones usuales de antologías o muestras al visibilizar otras
escrituras? ¿Corre el riesgo de convertirse también en una muestra canonizada?
He dicho antes, quizás con un tanto de
malicia, que mi credo consiste en colaborar,
no en competir y en convivir, no en discriminar. Pero esto es apenas una
pretensión. Jamás colaboraré ni conviviré con ningún tipo de discurso
autoritario, que pretenda imponer una sola forma de entender la poesía o el
arte en general. No creo en el arte aurático; creo que su función y validez
histórica caducó hace mucho tiempo. Ocurre que subsisten rezagos de esas
nociones, posiblemente, como un síntoma de la forma en que la modernidad se ha
llevado a cabo en Latinoamérica. En muchos espacios culturales de nuestros
países conviven en igualdad de condiciones, legitimadas por la
institucionalidad educativa y editorial, entendimientos contradictorios sobre
lo que es o se supone debe ser “lo poético”. El problema con la noción aurática
del arte es que relaciona, sin problematizar ese posible parentesco, a la
belleza con el bien y la verdad. Pero en
ningún momento ese tipo de poesía o de arte se cuestiona sobre la naturaleza
misma de la belleza, el bien o la verdad. Creo que la poesía no puede limitarse
a ser un analgésico moral o emotivo, porque es mucho más que eso y, en muchas
ocasiones, muy a pesar de los poetas (tantas veces egotistas, autistas). No se
puede naturalizar la noción de poesía, porque, como todo lo humano, es un
fenómeno histórico y está sujeto a los avatares del espacio y el tiempo.
No
creo que Un País… sea una excepción
histórica, porque es parte de la historia misma: está inserto en un momento
cultural específico. Quizá dentro de un siglo los lectores de poesía vean en
los halagos y diatribas en torno al trabajo de Medo una mera expresión del
momento específico de la enunciación y recepción de los poemas que contiene, y
rían de buena gana o apenas le den importancia. No creo que Medo haya roto o
restaurado ningún canon. Su generosidad y lucidez se lo impedirían, a pesar de
que tiene muy claro qué tipo de poesía le gusta y qué tipo de poesía no le
agrada. El mérito que tiene Un País…
y que lo distingue de otras antologías y lo emparenta de alguna manera a otras
recientes (citaré solamente Pulir huesos y
La prístina y última piedra) es que
visibiliza ciertos discursos poéticos que han estado al margen de las lindes
canónicas de nuestros países. Esta marginalidad se da, entre muchas otras
razones de orden económico y político, por el poco acceso que han tenido y
siguen teniendo los grandes lectores, antologadores y poetas, como Eduardo
Milán, a la poesía que se escribe en países como Ecuador o Bolivia, cuyas
industrias editoriales son muy precarias. Maurizio Medo ha realizado una
exploración muy propia y nos ha ayudado a los lectores de poesía
latinoamericana a completar esos mapeos, como tanto otros y quizás como todos,
siempre parciales.
Las
antologías más conocidas, generalmente, pertenecen a editoriales que recogen el
trabajo de autores que han publicado antes bajo su sello, o que guardan cierta
fidelidad con las líneas expresivas que promueven, por motivos más comerciales
antes que estéticos. Medo se ha empeñado en mostrar el trabajo de muchos
autores tanto o más dignos que aquellos promocionados por las transnacionales.
No creo que esto suponga un cuestionamiento al canon, si es que se puede
establecer algo parecido a un canon en estos momentos históricos. Asimismo, que
Un País… llegue a convertirse en un
libro canónico dependerá del tiempo. Lo que sí es evidente es la reacción de
Medo contra una serie de discursos modales que predominan en los estantes de
las librerías, bajo el título de poesía. Por supuesto que la presión comercial
de las editoriales moldea en gran medida el gusto de los lectores. También es
cierto que la demanda puede condicionar la oferta editorial, pero en el caso de
la poesía este fenómeno no es tan claro, porque es un género de minorías, que
se lee casi furtivamente. De todas maneras, soy de los que piensan que la mayoría
de la mejor poesía latinoamericana se publica en editoriales independientes y
pequeñas, y permanece casi en secreto y se distribuye de mano en mano. Están
los grandes autores que salen publicados por las grandes editoriales, por
supuesto; pero también en ese caso el motivo editorial es predominantemente
económico y no artístico, literario o estético. La apuesta de Medo es en este
contexto todavía más valiente y admirable. Que sean los lectores y no los
poetas quienes juzguen a Un país
imaginario.
Posteado por Angela Barraza Risso
el 10:15. etiquetado en:
César Eduardo Carrión,
Cristobal Zapata,
ENTREVISTAS,
Luis Carlos Mussó,
NUEVO,
Sharvelt Kattán
.
puedes segui el rss RSS 2.0.
déjanos tu comentario