Una de tantas ficciones: panorama de la edición en Guatemala
Ilustración de Alvaro Sánchez
Pensar en Guatemala es pensar en un país que no
existe. Guatemala ha sido siempre una ficción y una herida, un búnker y una
trinchera, pero nunca un país. Su pasado es el recuento de las pesadillas más tremendas,
y su actualidad es producto de la fragmentación, el sinsentido y la violencia.
Guatemala es un segmento de ese cuerpo en descomposición sobre el que se dibuja
una enfermedad y un delirio: el arte.
Los guatemaltecos hemos sido testigos de la
deformación paulatina del cuerpo geográfico y espiritual que habitamos, ese
cuerpo que ha aprendido a soportar el paso y el peso de la historia como una
interminable golpiza que va dejándolo inválido. Primero fue la conquista y el
trauma, luego la farsa de la “emancipación”, luego la libre empresa, la
dictadura, la intervención norteamericana, la intolerancia, el horror y la
muerte.
Sin embargo, en medio de este panorama de tinieblas
y patologías, donde todo parece ser posible menos la creación y el deseo, han
surgido anticuerpos de luz que rescatan las pocas facultades que le han quedado
intactas a este cuerpo mutilado del que hablamos. Estas facultades son la
sensibilidad, la imaginación y la conciencia. Entonces, el arte en Guatemala
puede entenderse como un testimonio tangible de la magnitud del sueño y el
deseo que se produce en esta tierra, como un irrenunciable acto de fe en la
capacidad creadora del ser humano, como una tentativa para montar plataformas
que permiten el escape.
Por un lado está esa horrenda historia política y
están sus fragmentos todavía dolorosos. Por otro, aparece el arte, la
literatura, la creación. La historia de esa creación no se determina a partir
de esa otra historia (la política, la nefasta), pero participa dentro de su dinámica
de negaciones y rupturas, de obstáculos y fugas. Este país no existe, ya lo
sabemos, y tampoco existe la continuidad y la congruencia necesaria para hablar
del arte (o de la literatura) en términos de una “tradición”. A lo sumo podemos
encontrar elementos aislados que se articulan para configurar el carácter de un
quehacer; quizá podamos hablar de infinitas líneas (obras, tentativas) que se
desarollan y estallan, anulando sus posibilidades de continuidad histórica. De
tal cuenta, el panorama que sigue estas líneas nace y renace constantemente; se
niega, se reinventa y se dibuja nuevos límites a cada tanto.
1. La imposibilidad o
el exilio
Los manuales de geografía nos enseñan que somos
parte de la “cintura de América”, de esa pequeña lengua de tierra que une los
dos grandes bloques del continente. Existen fronteras imaginarias que nos
ubican dentro del istmo centroamericano, pero en realidad somos poco menos que
una isla: una parcela, un patio trasero rodeado de vacío. Nuestro aislamiento
ha sido (y continúa siendo) de índole cultural: desde la fundación de nuestras
naciones a principios del siglo XIX, poco se ha hecho por establecer circunstancias
favorables para el desarrollo de la imaginación, de la libertad creadora.
Eso que la crítica podría entender como “literatura
guatemalteca” se nos presenta en sus inicios como una imposibilidad, ya que
surge fuera de los límites geográficos (en la poesía de Rafael Landívar y en el
trabajo intelectual de Antonio José de Irisarri, ambos creadores de cuerpos textuales
que intentan reconocer las raíces más profundas de “lo guatemalteco”) y fuera
de los límites culturales (tal el caso de la monumental literatura indígena,
que se produce –desterrada– en el seno de una lengua y un sistema cultural que
no se reconoce como propio y que intenta abolirse desde la oficialidad). Entonces,
el escenario local para ubicar los orígenes de nuestra literatura aparece
tarde, a mediados del siglo XIX, con María Josefa García Granados y José Batres
Montúfar, poetas que con su trabajo y su vida pusieron en crisis las convenciones
sociales, estéticas y morales de su época, iniciando un programa de crítica
cultural sin precedentes (y sin continuidades) en nuestro medio. Mediante la
publicación de pequeños folletos y periódicos (que circulaban de mano en mano y
dieron mucho de qué hablar), estos poetas experimentaron la literatura como una
actividad eminentemente subversiva, en donde el autor se involucra también en
la producción y distribución de su trabajo. Con esto sientan las bases de un
modo hacer circular a la literatura: aquí, el autor se ve obligado a generar
sus propios dispositivos de edición, producción y difusión.
Con la llegada del siglo XX, el exilio se constituye
como una característica clave para trazar nuestra cartografía literaria. Ya sea
por motivos políticos (dictadura tras dictadura, represión) o por asfixia
cultural (estancamiento, incomprensión, intolerancia), las figuras más
importantes de la literatura guatemalteca se vieron obligadas al desplazamiento
y la errancia. Quizá los casos más icónicos sean los de Enrique Gómez Carrillo,
Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón y Augusto Monterroso, aunque son
innumerables los escritores y artistas que abandonaron el país incorporándose,
con mayor o menor éxito, a los movimientos estéticos de su época en otras
latitudes. Sin embargo, ¿qué pasó con los que se quedaron, con los que optaron
por otro tipo de exilio? Ellos fueron los encargados de articular sus propios
escenarios, sus propios mecanismos y estrategias de creación, edición y
difusión. Ellos se enfrentaron al reto de inventar sus propios canales, sus
propios discursos, sus propios lectores.
Los medios escritos de comunicación fueron sumamente
importantes en este proceso, ya que a través de sus páginas los escritores
guatemaltecos establecieron plataformas de comunicación directa y efectiva.
Autores como César Brañas o Francisco Méndez, ambos poetas de enorme valor,
tuvieron una intensa vida literaria desde El
Imparcial, el periódico guatemalteco más importante del siglo XX, y
establecieron un espacio vital para la difusión de escritores jóvenes dentro
del medio local, entre 1920 y 1960.
Quizá el primer referente de un proyecto editorial
gestionado por autores jóvenes en Guatemala sea la Colección Mínima ,
dirigida por el poeta y dramaturgo Miguel Marsicovétere y Durán, miembro del
grupo Los Tepeus, conformado por los autores que asimilan por completo las
innovaciones estéticas de los movimientos de vanguardia, que hasta entonces se
habían experimentado de manera aislada en las brillantes obras de Asturias y
Cardoza y Aragón en la literatura, de Mérida y Valenti en la pintura. A lo
largo de la década de 1930, la Colección Mínima publica alrededor de 40 títulos
de escritores emergentes, con tirajes relativamente reducidos (100 ó 200
ejemplares) que circulaban entre amigos.
A partir de la década siguiente (1940), los
escritores empiezan a articularse en grupos y asociaciones cada vez más
organizados. En esta dinámica se enmarca el trabajo del Grupo Acento, en cuya
revista homónima se dieron a conocer autores como Raúl Leiva, Carlos Illescas,
Otto Raúl González y Augusto Monterroso, entre otros. Asimismo, se produce la
empresa cultural de mayor envergadura en la historia guatemalteca: entre 1944 y
1954 Luis Cardoza y Aragón dirige la
Revista de Guatemala, uno de los proyectos de
difusión literaria más importantes de su época a escala continental. Cerca de
esta revista, y del incansable trabajo de Cardoza y Aragón y sus colaboradores
más cercanos, se estableció el Grupo Saker-Ti, conformado por artistas y
escritores jóvenes que, luego de la intervención norteamericana de 1954,
volcaron gran parte de su energía al activismo político, dejando de lado su
vocación y su trabajo en el arte.
2. El silencio o la
muerte
En la segunda mitad del siglo XX el Estado se consolida
como un aparato eminentemente represivo. La oligarquía guatemalteca y la
embajada estadounidense dan las órdenes, el ejército ejecuta (literalmente). Con
una sociedad cada vez más polarizada, el conflicto armado explota y se
desarrolla durante 36 años. En este contexto, donde la injusticia, la impunidad
y la corrupción campean, el escritor que cuestiona las instituciones y las
indignantes condiciones de vida de la mayoría de la población, pasa a formar
parte de esa inmensa y difusa categoría
de “enemigo público”. Este es el entorno en que se gesta la figura del
escritor comprometido con la lucha. Ahí está el ejemplo palpable de Roberto
Obregón, Luis de Lión y Otto René Castillo, tres autores que fueron asesinados
o desaparecidos por el gobierno guatemalteco entre 1960 y 1980.
En este contexto, donde la escritura más que nunca
es subversión, se origina también un nuevo grupo de poetas, un nuevo proyecto
editorial. El grupo Nuevo Signo (bajo la coordinación tácita de Francisco
Morales Santos) lleva a cabo el segundo proyecto editorial sistemático de
nuestra historia, entre 1968 y 1971. En estos años Nuevo Signo publica
alrededor de 10 títulos y una revista, haciendo énfasis, además, en la organización
de lecturas y recitales a lo largo y ancho del país, acercando la poesía al
público lector. En este momento irrumpe de manera individual la escritura
luminosa de Isabel de los Ángeles Ruano, esa poeta que se planta como un faro
en medio de la tiniebla predominante, esa poeta que habita un plano distinto y
dislocado, desde el cual manda infinitas cartas que dan cuenta de sus búsquedas
y sus hallazgos dentro del delirio. Su obra es una de las más contundentes de
la poesía escrita en Guatemala, y se produce en un momento de transición en que
los autores empiezan a buscar nuevas rutas, nuevos lenguajes, separándose cada
vez más de la retórica de la lucha y el compromiso.
Hacia finales de la década de 1970 aparece un grupo
de poetas que gravita alrededor de la Revista Alero
y del taller que desde la
Universidad de San Carlos dirige el escritor Marco Antonio
Flores. Este grupo de poetas es el que da el primer paso hacia la
posmodernidad, despojándose (al menos en apariencia) del pasado y el dolor,
para buscar mecanismos nuevos de relación con el contexto y con sus traumas. Como
era de esperarse, las estrategias represivas dirigidas desde el Estado inciden
directamente en la desarticulación de redes y la diáspora, elementos que marcan
a fuego la historia guatemalteca reciente. Nuevo Signo cesa su actividad como
grupo (no así la actividad y la escritura de cada uno de sus miembros) luego de
la desaparición de Roberto Obregón. La edición de poesía contemporánea es
impulsada, durante la década de 1980, por Ediciones del Cadejo, proyecto que,
bajo la coordinación de poeta Enrique Noriega, funciona de manera esporádica,
sin un plan y una estrategia específica. Casos particularmente interesantes en
esta época son los de Francisco Nájera y Roberto Monzón. Nájera es un poeta
radicado en Nueva York, autor de una obra extensa y muy diversa, que apuesta
por el desplazamiento y la plena libertad de la escritura, haciendo uso de
soportes y formatos novedosos que refuerzan la intención estética que sugiere a
la poesía como una realidad que trasciende lo textual. En cambio, Monzón es
autor de una obra eminentemente urbana que testimonia en toda su crudeza la
crisis que implicaba la vida en la ciudad de Guatemala hacia principios de la
década de 1990. Monzón, a partir de sus ediciones clandestinas bajo el sello de
Ediciones de la Doble
Sercha , funda uno de los mitos underground más perdurables de nuestra reciente literatura, ya que varios
años luego de su muerte aún se le considera un referente fundamental dentro de
lo contemporáneo en la literatura guatemalteca.
3. La posguerra
Mediados de los 90, firma de la paz, apertura
democrática. La sociedad guatemalteca atravesaba entonces (hacia 1996) un
acontecimiento que se creía fundamental para el desarrollo futuro: terminaba la
guerra y empezaba lo otro: la paz, la esperanza, el mañana. Poco duró el
entusiasmo y la confianza, pues cada vez fue más claro que la concertación y el
pacto entre gobierno y guerrilla no implicaba cambios verdaderos para el país.
En el papel, el conflicto armado había concluido, pero en la práctica fuimos
testigos de la democratización de la violencia, con la proliferación de
pandillas y complejas estructuras del crimen organizado y el narcotráfico.
Terminó la guera, es cierto, y con ella terminó también nuestra confianza en el
futuro y en la colectividad.
Alrededor de esa fecha simbólica (1996) se produjo la
ruptura más reciente en la literatura nacional, en sus paradigmas y sus
fórmulas, en su ética y su estética. Un grupo de escritores jóvenes irrumpe en
la escena con postulados y soluciones acordes a la Guatemala de esos años,
una Guatemala fracturada y repleta de violencia, esquizofrenia y consumismo. Ese
año el narrador Estuardo Prado echa a andar la Editorial X , un proyecto
dedicado casi exclusivamente a la narrativa escrita por autores jóvenes. En
ella se publicaron obras anómalas, patológicas, delirantes, que usaban (y
abusaban de) lo escatológico, que se veían influidas por el cine pulp, el cómic y la publicidad; obras cargadas de humor negro, negrísimo,
ironía y desgarre. Paralelamente, el poeta Simón Pedroza estableció la
editorial Mundo Bizarro, dedicada a la publicación artesanal de poesía. Con sus
publicaciones, Mundo Bizarro logró articular un lenguaje propio, con cierta
cercanía a las búsquedas de la vanguardia histórica, como la experimentación
con el lenguaje y los formatos, las acciones de arte y el performance. El gesto
poético se vincula de tal manera con lo literario que es dificil precisar
fronteras.
Ambas editoriales pusieron en circulación sus
títulos en tirajes pequeños que jugaban con el diseño y la diversidad de
formatos, por lo que fueron ávidamente recibidos por ese grupo cercano a los
escritores y artistas que empezaban a usar el centro histórico de la ciudad de
Guatemala como su principal escenario y punto de confluencia. Ambos proyectos
tuvieron diversos niveles de vigencia, alcance y duración, pero en conjunto
marcaron la pauta de ese bloque de escrituras que surgen en la llamada
“posguerra”, aunque también se generaron propuestas individuales que no precisamente
comulgaban con la estética y las estrategias editoriales de ambos proyectos,
con lo que la escena se diversifica considerablemente.
Muchos de los escritores que participaron de ese
movimiento cercano al fin del milenio son ahora el núcleo (si es que tal cosa
existe) de la escena literaria guatemalteca. Sus obras han crecido y se han
diversificado, llegando a ser impulsadas dentro de esa incipiente industria
editorial que en los últimos 15 años ha empezado a surgir. En ella se aúnan
esfuerzos estatales (a través de la Editorial Cultura ,
dirigida por el poeta Francisco Morales Santos) y privados (como Magna Terra
Editores, F&G, entre otros).
4. Hoy, aquí
Ciertas señales de cambio aparecen entre 2009 y 2010
en cuanto a la intención y la conceptualización de proyectos editoriales. Estos
años son de vital importancia dentro del actual panorama de la “edición
independiente” en Guatemala, ya que aparecen al unísono diversas propuestas
gestionadas por escritores y/o artistas relativamente jóvenes, que refrescan la
escena y redibujan los límites establecidos por los escritores de posguerra.
Proyectos como Catafixia Editorial y Mata-Mata surgen de la toma de conciencia
en relación al asilamiento intelectual, estético y poético que ha limitado los
contactos naturales entre la escritura producida en Guatemala y la que se
genera en el resto del continente. Estos proyectos pretenden ampliar los
límites de lo que reconocemos como propio, ya que se mueven cómodamente en un
ámbito latinoamericano que propicia el diálogo. Sus catálogos se integran, en
buena parte, por obras de autores contemporáneos sin importar su lugar de
origen. Más que una desterritorialización, se plantea una ampliación de los
territorios que simbólicamente nos pertenecen. La tentativa de estos proyectos
implica la actualización de los escasos y obsoletos vínculos entre el lector guatemalteco
y la poesía latinoamericana. Hace algunos años, hablar de “poesía
latinoamericana” en Guatemala era hablar de Vallejo, Huidobro y Paz. Impensable
sería nombrar (en este contexto tan cercano y tan lejano a la vez) a un Oquendo
de Amat, un Pablo de Rokha, un César Moro, para mantenernos dentro de las
vanguardias. Ni pensar siquiera en un Zurita, un Papasquiaro, un Verástegui. Ahora,
la poesía latinoamericana vista desde acá, desde esta isla, tiene nuevos
rostros y nuevos contenidos. Ahora es común hablar de César Aira, Héctor
Hernández Montecinos, Washington Cucurto, Ernesto Carrión, Yaxkin Melchy, Paula
Ilabaca, Mauricio Medo, Edgar Pou, y tantos otros que han sido publicados
aquí, leídos aquí.
Entre 2009 y 2010 Mata-Mata publicó cerca de 10
títulos, 8 de los cuales son de autores extranjeros. Entre febrero de 2010 y
julio de 2012, Catafixia ha publicado 40 títulos, integrando una colección de 20
poetas latinoamericanos (de Uruguay, Chile, Costa Rica, México, Perú, Ecuador,
Bolivia, Argentina, Paraguay y Estados Unidos). Pese a que en términos
generales se trabaja en tirajes bastante reducidos (que oscilan entre los 200 y
los 500 ejemplares), Catafixia y Mata-Mata han logrado poner en circulación
dentro de Guatemala una buena parte de esa gran poesía que se escribe
actualmente en América y, a la vez, han permitido que la obra de autores
guatemaltecos de gran fuerza circule fuera por varios países del continente.
Este panorama en acelerado crecimiento se completa
con proyectos independientes que se enfocan principalmente en la literatura
nacional, en los autores emergentes. Proyectos como Vueltegato Editores, Taller
Experimental Alambique y Sin Tecomates son dirigidos también por escritores
contemporáneos, concientes de la necesidad de generar espacios estables para la
difusión de su escritura, situándose en el punto medio entre los proyectos de
edición artesanal (que se han extendido como un incendio por el continente en
la última década) y las editoriales de carácter comercial que de cuando en
cuando “apuestan” por la literatura.
Las propuestas independientes que continúan editando
de acuerdo a criterios estéticos (más que comerciales), los pocos esfuerzos
dirigidos desde el Estado (principalmente a través de Editorial Cultura, que ha
construido una sólida colección de autores contemporáneos), y los que surgen
desde el sector privado (con editoriales de importante circulación como Magna
Terra y F&G, principalmente enfocadas en la narrativa), se hace explícita
la necesidad de construir más y mejores lectores, que permitan que la edición
en Guatemala no sea otra de las tantas ficciones que integran nuestra
interminable lista de carencias. Mientras eso sucede, mientras se lee más y
mejor en este país que aún no existe, con cada página que se publique
seguiremos asumiendo el gesto de editar poesía como una parte fundamental de
nuestra obra, de nuestro hacer; seguiremos dejando constancia de esas
geografías, hermosas e infinitas, que nos atrevemos a soñar.
Luis Méndez Salinas
Carmen Lucía Alvarado
Posteado por Angela Barraza Risso
el 10:01. etiquetado en:
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