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Entrevista a José Kozer

 por Angela Barraza Risso

Esta entrevista se la hice a José Kozer por mail, luego de que vino a Chile hace poquito para presentarse en el ciclo Antología en Movimiento. Le escribí textual:  
"sólo quiero hacerte una sola pregunta para que la cosa no se extienda mucho y no sea una lata responder, pero me encantaría que me contaras cómo fue el proceso de publicación de tu primer libro, cosas como qué edad tenías, por qué tomaste esa decisión, qué significó para ti tener un libro publicado, que me cuentes así nada más, como si estuviésemos conversando, todo ese proceso. Y cómo ves ahora, que eres lo que eres, la edición independiente, ya que has publicado en tantas partes no?"
Y él unos días mas tarde me contestó lo siguiente: 

A LO HECHO PECHO: PADRES Y OTRAS PROFESIONES (MI PRIMER LIBRO PUBLICADO).




Tengo catorce años, son las tres de la tarde, entro en la penumbra de un cuarto habanero, me siento en la cama tras quitar la sobrecama, escribo: he descubierto que quiero escribir, que puedo hacerlo.

Puedo escribir, no sé con qué motivo, ni para qué. Tal vez mi incipiente vanidad intuye que escribir es el privilegio de unos pocos, y que yo aspiro a estar en la nómina donde sé que ya están Martí y Cervantes, Shakespeare y Baudelaire.

Sé que escribo por escribir, no hay razón ulterior ni vigente que me haga hacerlo: publicar, qué idea, a quién se le ocurriría a los catorce años: a mí ni se me pasó por la cabeza que el destino de toda escritura implicaba su publicación.

Pasan unos años, me voy de mi país. Llegó a Nueva York, ahora con veinte años de edad, llego sulfurado, inquieto, y me lanzo a vivir una bohemia desenfrenada, compensada por un sentido de la realidad que implicó ganarme el pan trabajando en Wall Street y luego comenzando una carrera universitaria de profesor de literatura. Tan tonto no era, y supe de entrada que la sumisión a la escritura precisaba de un fuerte sentido de la realidad, a fin de no caer en las garras de la desolación, destino de Baudelaire, de Rimbaud, mis primeros amores literarios.

Vivo día y noche, veinticuatro horas al día, en inglés: con menoscabo del español, idioma que ahora ocupa un segundo plano, que el paso del tiempo merma y limita, salvo en la necesidad de escribir. No puedo sino escribir en español, pero al vivir con exclusividad en inglés, ese español del que dependo para la escritura (la poesía, en mi caso) está anquilosado, amenazado de muerte.

Durante diez años escribo a ratos mis retazos, harapos de escritura, versos sueltos, cachos de intuición poética que rara vez, por no decir ninguna, cristalizan en un poema completo. Poemas abortados, eso signa mi escritura de aquellos años, entre los veinte y los treinta, en Nueva York.

Hacia el año 65 me suceden dos cosas: entro a enseñar español, con lo que eso implica a la hora de recuperar el idioma perdido (más que perdido, latente, agazapado) y vivo a diario en trance de borrachera: medio alcoholizado, descubro que la bebida me hace tocar el bajo fondo lingüístico donde yace a la espera el idioma natural y materno que dejé atrás, que se superpuso, replegado, aguardando (ahí debajo).

Ese idioma vuelve a surgir, aflora: está tocado de muerte, enfermizo, pero si lo cuido, brasa viva, si lo nutro como es debido (como merece) volverá a  acompañarme. De ahí en adelante leo en español, procuro amistades que hablen el idioma de la casa primera, me sumerjo en el habla latinoamericana que comienza a pulular por las calles de aquel Nueva York de los 60.

Mi español acubanado, más bien habanero, se mezcla ahora con los tonos, el vocabulario, los giros dominicanos, puertorriqueños, y luego con los de los peruanos, los chilenos, los argentinos: estoy salvado, puedo escribir poesía, he recuperado mi instrumento (único) de trabajo.

Más: leo a Parra, descubro a Vallejo, leo Poeta en Nueva York de Lorca, me adentro en la lectura de los dos Machado (con el tiempo serán los tres Machado, al incluir a Machado de Assis). Ante mis atónitos ojos, mi oído atento y resucitado, veo pasar el ingente vocabulario de las hablas diversas del español: peninsular, latinoamericano, local. Con el tiempo me adentraré, sumiso, oyente, en hablas andaluzas, chilenas, mexicanas, y mezclaré lo castizo con lo vulgar, lo populachero con lo ideal caballeresco.

Y tras estos tumbos, tras rasgar mucho papel escrito con poemas que descarto, reúno, ya con 31 años de edad (edad provecta para un poeta) mi primer fajo de poemas “dignos” de ver la luz. Y al año siguiente (1972) saco con una amiga argentina, Elena Jordana, en una editorial llamada Antiediciones Villa Miseria (donde luego publicaría a Parra, a Paz) mi primera obra, Padres y otras profesiones (tirada de 300ejemplares, precio de venta al público, $1): libro violento, libro malo y derivativo (mucho Parra y mucho Vallejo) pero del que no me arrepiento: por qué arrepentirme si me sirvió de rompehielos, de paso primero: el hombre no tiene por qué renegar del momento cuando gateó.

Un libro que anticipó a todas las cartoneras de hoy, la primera editorial pequeña y pobre, en verdad pobre, que hizo del libro artesanal, casero y paupérrimo, en todos los aspectos, un auténtico estandarte, un grito de alarma ante el mercantilismo editorial, la basura de los engranajes editoriales, que como en tantos otros aspectos de la vida contemporánea, enriquece a unos pocos a costillas de hacer reventar, o al menos marginar, a la mejor literatura de una época.

Aquello era 1972, hoy estamos en el 2011. He sacado a la luz otros 53 libros, y sé que habrán otros más: asumo en voz alta mi realidad prolífica, el hecho de que publico, algo a mansalva, a tutiplén, al diablo con aquéllos que me critican, que digan, yo ando caliente. Estamos, en efecto, en el 2011, el libro se encuentra más amenazado que nunca, por la tecnología, y por las editoriales abocadas a ganar dinero con exclusividad, publicando chatarra, evitando por supuesto publicar poesía, y sobre todo cierta poesía, que no deja dinero (deja pérdidas).

Época en la que a mi juicio hay que optar por la alternativa, para la poesía, de las publicaciones caseras, los libros bellamente manufacturados, hechos con esmero, no en grandes tiradas sino en módicos tirajes, libros que por su esplendor y belleza corporal se deben vender a precios relativamente elevados. No veo otro camino para la poesía, no se lee poesía, pocos la leen (tal vez no tan pocos, tal vez para la poesía existe un cúmulo suficiente de lectores) por ende, a la hora de publicar, las editoriales se tienen que plantear, para su supervivencia, estrategias de mercado que sean a la vez prácticas y nobles. Libros de colección, libros para pocos, pues en efecto, somos, por comparación con los mercaderes, pocos, y si se quiere considerarnos élite, yo por mi parte, asumo el mote, soy élite, y no me arredro de serlo, válgame.

Hace años en una conversación en su hermosa casa de la calle Hidalgo (México) Alvaro Mutis me decía, explosivo: “José, ya que no nos leen, al menos que nos hagan libros hermosos”. Concuerdo con sus palabras, y hoy más que nunca. Cada libro, un bello objeto, y cada uno de esos objetos, obra de un poeta verdadero, de los que qué caray van a quedar. Es cierto que nunca se sabe quién va a quedar, no se sabe, y sin embargo, se tiene una buena idea, leyendo, de lo que va a quedar, ¿o no?


José Kozer

Posteado por Arturo LedeZma el 16:45. etiquetado en: , , , , , . puedes segui el rss RSS 2.0. déjanos tu comentario

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