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Eugenia Prado



Eugenia Prado Bassi nace en 1962 en Santiago de Chile.
En 1987 se titula como diseñadora gráfica en la Pontificia Universidad Católica de Chile con la creación de “La prisionera del bosque”, cuento infantil ilustrado que incorpora a través de ilustraciones, pliegues y troqueles, nuevas formas de incentivar la lectura en los niños. Ese mismo año, publica su primer libro “El cofre” en Ediciones Caja Negra. 
En 1996 publica su libro “Cierta femenina oscuridad” y en 1998 la novela “Lóbulo”, ambas en Editorial Cuarto Propio. 
En 2000 reedita “El cofre”, Surada Gestión Editorial, incorporando el diseño y la gráfica en una re-escritura del texto original, evidenciando las posibilidades que se abren para los libros con la aparición de las nuevas tecnologías. 
En 2004 obtiene Beca Fondart / Artes Integradas, con “Hembros: Asedios a lo Post Humano”, instalación escénica plástica que propone la lectura de una novela desde otros soportes, sacándola del formato convencional de libro, y que explora en la interacción de los oficios y las máquinas tecnológicas actuales. La novela instalación se estrenó en el Galpón Víctor Jara.
En 2005 obtiene Beca Fondart / Teatro, con “Desórdenes Mentales”. Estreno en Santiago.
En 2007 publica la novela “Objetos del silencio, secretos de infancia”, Editorial Cuarto Propio. La novela indaga en secretos sexuales de infancia, tema muy poco explorado, donde “sus personajes, víctimas y cómplices se instalan como resistencia contra el horror de volver a enmudecer”. 
En 2011 publica una nueva versión de “Objetos del silencio, secretos sexuales de infancia”, en EMOOBY formato Kindle Edition para ebook. 

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Asedios


(Fragmento de novela en proceso) 

Me acicalo para no poner en riesgo esta sofisticada forma de conexión. Corres. Gritas. Te mojas el pelo. Después de enervados por años, atravesados de distancias imposibles, nos ponemos como locos a la primera caricia. 
Como perros revolcándose, suavemente mordidos de furiosas alegrías, preparamos un corazón sin miedo que nos permita avanzar. 
De inmediato saltas sobre la cama, te acurrucas sobre el montón de trapos y te aferras más a mí. Me encajo y apego decidida a permitir, con la sensación de que están pasando tantas cosas y que siempre estoy perdiéndome de algo.
–¿Puedo aparecer súbitamente? ¿Puedo? Dice. Instalarme en la parte de atrás y resbalar por tu espalda? ¿Puede la cabeza y mi cuerpo, con imágenes de amores y de besos cuando te acercas y me aprietas? ¿Puedo entre relámpagos y goterones, con el cuerpo entero refugiado entre los arbustos?
El demonio se me instala por atrás. Sobre la parte más inclinada de mi espalda su piel quema. Toda la noche mi bestia gruñe. Intensamente hieden sus azufres. 
–El cuerpo se quiebra –dice. 
Habla de esa posibilidad. 
–Entonces, recojo las vocales con mis labios y puedo ver tu cuerpo a contraluz sobre una cama toda pintada de Azul. Te veo lamiéndome la piel, como si pintaras. Mudos cascabeles de barcos y conversaciones contrastan con tus gemidos ciegos.
–¿Boca abajo o buscando la posición exacta? ¿Pintar toda la piel o sumergir el cuerpo completo? Morder sólo los labios.
–Pensé quedarme a la altura del cuello. Detenerme en ese punto. Lamer las axilas justo donde nacen las hendiduras y apretarse contra los hombros. 
¿Sueño o realidad? ¿Realidad o fantasía? ¿Importa? 
Azul inclinaría un poco más el cuerpo. Amarillo, casi siempre extendido y hacia atrás.
–Ven, siéntate a mi lado. Dice.
–Muy cerca de la arena, mi espuma quiere besarte.
–Cuánto duraría un beso que se extiende con desinterés? Cuántos mensajes propagados como estelas, explotados de distancias? Cuánto, por estas fibras sus estelas de luz extendidas de paisajes remotos. 
–Morderé tus nalgas. Cebado con el olor de tu sexo, sudaré desmedidamente cuando tu boca se aproxima. Como perros hambrientos nos acoplamos con la ternura de las fieras. Nuestras copas jamás estarán vacías. 

DOS

Desde el ojo, perversa convulsiona la imagen del arquetipo, opuesta al daño y contrapuestos sus deseos, él arranca con violencia el sujetador y bebe del contenido su fragancia. La mujer se desmorona. Caen ambos sobre el embaldosado negro. 
Él aprieta sus caderas contra los hombros y con los dientes arranca el pequeño encaje. Enroscada su lengua tarda los agitados movimientos y se hace abundante, justo allí, la filuda nariz y la boca sobre los párpados. La pupila intacta sobre el cierre eclair ebuye y agita el movimiento de los peces. Una brisa de mar parpadea, una vez abierto el sexo su fragancia. Entumecidos de vencer el pulso encabritados, nos vamos haciendo cuenca, pedazo de párpado henchido. 
Él la toma entre sus brazos enclavando especias sobre ese torso que es tan nuestro y somete la delicada forma, mordiendo casi por devorar el bocado delicioso, jugoso el fruto de llanto salado y de brisa descompuesta. La mujer, deja caer su cabeza hacia atrás.
Ella no opone resistencia. Entra, sale la lengua al cántaro, cuando toda ella expande sus pociones de magia. Carnívora recupera fuerzas y como a un insecto lo atrapa, vacía contraforma de un manantial que no resiste su hermetismo y es él quien a la vez huye y abatido cae, cuando su bestia arremete con fuerza. 
Sobre la mesa, el par de especias perfumadas, frente a la pantalla, la gran madre vigorosa, toda ella replegada de puntas, la mujer se desliza y arranca sus prendas inferiores. Él, lloriquea a pedacitos sangrando boca abajo cuando se erecta de pliegues. Sus dientes blancos brillan hasta aturdir. Su boca lame la sangre a pequeños sorbos y rompe más abajo de la piel. 
Frente al cuerpo derrumbado la mujer no contiene su vulgaridad. Enteramente expuesto él cae de rodillas. Ambos lloran. Expandidas sus musculaturas como animales de cualquier especie, abiertos sus tejidos laten y envueltos gimen rozándose las partes.
Es noche, tan noche, y en este olor húmedo y sin desórdenes, él aja la piel del vestido, aja los últimos pedazos de tela. Ella no se defiende cuando muchos de esos hombres tiñen sus musculaturas de dorados ungüentos y ellas, muchas a la vez que una, se enjambran en los sonidos de alcoba. 
Como amantes jalan agitando sus imágenes furiosas entre los dedos, como si fuesen simple pluma de pájaros. Hasta que finalmente desaparecen los gemidos, el sudor empaña el vidrio y gotas frías resbalan sobre la superficie. 
Puedo distinguir sus cuerpos forzados a una estética asfixiante, despojados de particularidades específicas van perdiendo sus condiciones indispensables, sus inigualables materias. Nada más exquisito que verlos pasear en estado de alerta, imaginarlos de varias formas. Extendidos, abiertos, zigzagueantes y medio vueltos hacia atrás, escondiendo más de algún secreto entre los pliegues de un vestido que se aprieta o dibujar espuma con las manos. La mayor parte de las veces se pasean en manadas, oscilantes van y vienen por los bordes, zarandeando con orgullo sus grandes plumas. De goces arden simultáneamente entre los enjambres, algunos se revuelcan, otros palpitan su desesperación. 
–No hay tiempo. Dicen. 


tres

–Mírame, dice. Esta herida larga larga con que esos chicos se conmueven y la frotan con la boca, esta misma herida –me dice y muestra su otra herida.
Y nos duele, es cierto que nos duele, pero esta vez, no queremos que nadie sepa, que nadie se entere que lloramos por las noches juntos cuando en ese cuerpo de rabias, en esa parte de la página en blanco, no dice mi nombre, tampoco el suyo. 
–Míreme –dice. Tan solitas y discriminadas que nos toca el cariño cuando bailamos en estas piezas vacías.
Abandonados los pliegues de antiguas conversaciones, recíprocos de agradecimientos cercados y enteros bailábamos entonces, unidos por la constancia. Una voluntad que une a mordiscos marcó nuestra frontera, porque sabíamos que nuestra perversidad no radica en el sentido más oscuro de la palabra, sino en habitar aquello que naturalmente hacemos y que hacemos tan bien. Es saber que nos queremos y que nos iremos esta noche juntos. 
Tú sentada en medio de la pista de baile. Yo, todo lo hombre que no soy. Cuando dicen que en mi mujer habita un masculino homosexual. Cuando digo que sería odiosa queriendo ser tú, peligrosamente cerca me tomas por la espalda y me elevas hacia ti porque reconocemos de inmediato la forma pronunciada de querernos. 
Y digo que te quiero así, todo mía, resplandeciente, disfrutándose la rabia y me dices que toda la vida, y yo digo toda mi noche contigo. Tus brazos se mueven. Nuestras piernas. 
Tú, niño imposible. Yo, el hombre de la pista bailable, la bailarina de la noche. Bailando felices de asfixias y besos, de aromas y peces. Aunque nos miren y nadie entienda no quiero que la música termine, no quiero que te vayas. Aunque jamás sepa lo que haces por las noches. Prométeme al oído que nos vamos a escribir, aunque jamás sepa lo que haces debajo de los puentes, y que nos vamos a llamar, aunque no me llames y a escondidas sigamos imaginando que escribiéndonos la rabia multiplicamos esta furia y de frutosos abrazos y acariciarnos el pelo se alimentan nuestras intenciones. 
Así, esta noche será con menos gente ¿Te imaginas?

Eugenia Prado, abril 2011

Eugenia Prado leyó en LDDS el día viernes 15 de abril de 2011 y este fue su afiche:



Posteado por Angela Barraza Risso el 15:28. etiquetado en: , , , . puedes segui el rss RSS 2.0. déjanos tu comentario

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