Francisco Miranda
Francisco
Miranda.
Santiago, 1962. Trabajador, escritor y profesor de Castellano, educador
popular, editor independiente y gestor cultural.
Primer lugar Primer concurso
nacional de cuentos para escritores jóvenes “Manuel Rojas”, Mosquito Editores y
Fundación Natanael Beskow (Suecia), 1991.
Ha publicado los libros: “SubVersos–Des(h)echos”, LOM Ediciones, 1993;
“Perros agónicos” (cuentos), LOM
Ediciones, 1997. “El sindicato”
(novela), La Calabaza del Diablo, 2001; y “Bailar
con la fea” (cuentos), La Calabaza del Diablo, 2009. En 1992 publicó el
texto “Cuento de hadas”, en revista “El Canelo”, Nº 31, enero.
Su trabajo ha sido recogido en
las antologías: “Urgentes y rabiosos”, Antología del
concurso “Manuel Rojas”, Mosquito Editores, 1991; “Crímenes criollos”, antología del cuento policial chileno, Mosquito
Editores, 1994. “Letras rojas”.
Cuentos negros y policiacos, LOM Ediciones, 2009.
Como editor independiente ha
publicado: “Entrevista que nunca fue”
(Cartas de Pablo Vergara: Profeta de la revolución)”, Ediciones Puño y Letra,
1990 (reeditado 2004 y 2010); “Retrato
hablado” (Eduardo y Rafael Vergara. Testimonios de sus amigos), Ediciones
Puño y Letra, 1992; “29 Marzo”
(Recopilación de testimonios literarios), Ediciones Puño y Letra y Biblioteca
Libre “Rodrigo Cisterna”, Villa Francia 2010. “Aquí estamos – Así somos” (Aniversario de oro de un club de barrio:
Dantón Fairlie, de Las Rejas Sur), 2007.
Tiene inéditos los libros:
“Hijas del espantapájaros” (poemas) y “Salvatierra” (novela breve).
Capítulo
inicial novela “El sindicato”
La Calabaza del Diablo, 2001
“cuando el mundo tira para abajo
es mejor no estar
atado a nada”
(charly garcía)
tijera
corta papel
Tú no
te das ni cuenta, pero siempre estás; aunque no te veamos, estás presente. Una
especie de sombra en la oscuridad o de flash en medio de la luz, así te
descubrimos entre nosotros. Pero quizá lo más fabuloso es que siempre te
apareces sin previo aviso, de repente, en medio de cualquier lugar; llegas sin
dar señales de pronto sin prisa y te quedas un rato dejando una alegre vibra
que dura hasta tu otra aparición. Yo, la verdad, para ser sincero, nunca te
espero. Cargando pequeños afanes en mi cuerpo, recordando viejas ilusiones de
algún tiempo atrás, de cuando el sur se abrió de piernas para dejarme entrar
hasta sus más lluviosas noches en carpa o de fogatas a la intemperie bajo la
ciudad de las estrellas, ebrio de sabores, humos y licores. Ese sur que tú
conociste en otras rutas o sendas que nada tenían que ver con la magia de
torrantear sin niuno, o casi con lo justo, que nunca alcanza para asegurar el
regreso por nadie deseado, y siempre latente escondido en algún descuido. Tú
apareces porque sí o porque no, nomás. Pero lo más increíble es que siempre
llegas trayendo esa alegría que esconde tus trancas: inventando nuevas
ilusiones, romances furtivos, historias de lucha, encuentros fugaces, aventuras
odiosas; pero por sobre todo trayendo una cascada de palabras para refrescar el
alma o invitar al cuerpo a una magia de brebajes nuevos; frases para descifrar
la música que jamás puedes emitir y que sin embargo te acompaña en una banda
sonora de tus rollos, tus películas, o tus actos. No podría ser de otro modo.
Sin la música, sin el color, tus palabras sonarían como vacías. Porque son los
sentidos humanos los que le dan fuerza a esas grafías, esos graffitis que tiras
en el papel, con esa capacidad tuya de juntar las palabras, frases, páginas,
historias. Ahora que hace tanto que no apareces, jamás se me ha ocurrido pensar
en tu muerte. La muerte no tiene nada que ver contigo, aunque te mueras. Eso
dalo por hecho. Incluso más fuerte que creer o no en dios, en cualquiera,
porque en lo precario de nuestras vidas jamás tuvo presencia algo tan sublime o
sin sentido como alguna religión, sobre todo ahora que no sentimos respeto por
casi nada, ni siquiera por los saludos tan formales y adecuados. Pero es
maravilloso verte llegar y ahora que lo pienso, de algún modo que me cuesta
reconocer, te echo de menos, y en medio de toda esta gente que me viene a ver,
no logro divisar tu figura destellante, “wish you were here” diamante loco.
Hacen falta tantas ganas, para salir del sub terra, que no logro comprender
cómo es que no vienes hoy, para marear un poco la noche, para subir un momento
los ánimos y revolcar las manos en algún cuerpo, para salir a recorrer las
calles en el rito de antes, de cuando la manga era pendeja y se atrevía a casi
todo: a recorrer los basurales buscando pertrechos para la gran barricada de
cada mes; a ensayar los temas que nunca grabaríamos para poder pasar a la historia
como la banda de rock anónima menos conocida de los suburbios del tercer mundo;
a enamorar las noches con cualquier jumper o minita sub veinte que se atreviera
a sacarse la ropa sin esperar palabras de amor; a bailarse los sábados en
cualquier casa disponible y beberse todo para sacar a relucir un poco el ánimo
de desafiar el toque de queda impuesto desde casi siempre; a traicionar una
reunión importante con los comandos de agitadores rebeldes por algún viaje de
placer en medio de la nada con los bolsillos vacíos pero con cualquier onda en
el alma. Tu recuerdo siempre vivo se mantiene porque siempre alguien traía una
nueva noticia de tus días y noches en la ciudad paca, de esa yuta que nos
huevonea y apalea para que nunca olvidemos que nos mataron un par de hermanos,
los antiguos guerreros de esta tierra insurrecta revividos en jóvenes
combatientes que tomaron, fornicaron y pelearon como cualquier hijo de estos
barrios, quizá un poco más para dejar la estrella lanzada de no arrepentirse
nunca de los actos y dudar tal vez de una frase mentirosa dicha en un mal
momento para salir del paso, en cobarde actitud, justificando los errores de
nuestra ruta viajera por los confines de la periferia.
Yo no
logro dejar de rumiar la peste del resentimiento. Es como el ancestral vicio de
no pagar cuentas, no comprar cuentos ni vender ilusiones. A nadie. Pegado en un
lejano pero contundente ayer que no tiene nada que ver con el mejor tiempo
pasado, sino que se asemeja mucho más a esa nostalgia de haberlo hecho todo, sin
permiso, y haber disfrutado de cada acto, aunque a veces me arrepienta de lo
dicho. Tal como una noche mareada lo predicaste a los cuatro puntos cardinales
y nadie comprendía entre puñetes, patadas y balazos. Orgulloso de haber
levantado los estados de sitio, los toques de queda a punta de puro pellejo y
caminatas hasta el amanecer, enamorándonos de nosotros mismos, porque éramos
tan hermosos adolescentes, todos éramos la perfecta combinación de amigos y
amores, colores y músicas, danzas y guerras contra el mismo imperio de la
estupidez que disparaba desde todos los frentes, en un campo operativo que
estaba impuesto y al cual ninguno dijo no; sólo aceptamos el desafío, chipún
tercera, y apechugamos, por suerte, y no
nos quedamos frente a la tele deseando nomás, sino que igual dijimos lo
queremos. Claro, quizá si nos ponemos a sacar conclusiones fáciles lleguemos a
reconocer que perdimos, mierda, claro que perdimos; pero en ese trámite nos
hicimos, tal como ahora nos pueden ver, erguidos, con la frente en alto,
arrogantes y siempre desafiando a cualquiera, al que se ponga por delante,
porque fuimos capaces de rescatar el pasado, te das cuenta rescatar, no
cualquier huevada, sino lo mejor de lo nuestro: las roterías, las pendejadas,
las calenturas, las goleadas a favor. Ahora, claro, entre la pega que te chupa
y el carrete que te revienta, uno puede decir que está bien, pero que ya va a
pasar, o que estás bien pero no importa, cuando en verdad estoy jodido y
podrido, hecho un montón de basura no reciclable, ni siquiera por las iglesias
de los últimos días o las festivas que te acusan con ese dedo pecador que se
levanta, no para pedir la palabra sino para acatar.
De
todos modos, volverte a ver siempre será como llegar a un centro de venta de
combustible, una farmacia de turno, una botillería abierta cualquier madrugada,
y caminar a tu lado llorándome, porque se puede, y decirte que no tolero las
traiciones al corazón, que no soporto la fealdad, que me abruma el vacío de los
funerales, que me da pánico la cárcel, que me asusta el olor de los hospitales,
que me repele la solemnidad de los templos, que me agrede la frialdad de los
bancos; en fin todo ese cáncer, que me corroe día a día, como el mongoloide
sentido de pertenencia a un país, un partido, una familia; no me soporto ni yo.
Por eso te busco en silencio. Porque eres amigo de verdad. Agradezco a la vida
la oportunidad de putearla. Con ganas. Y vomitarla después de tragar de todo
sin preguntar por qué. Ya no con esa ilusión de que cambiar el mundo y la
historia era posible, sino con la certeza de que si no mueres pendejo como
revolucionario, te morirás de viejo como reaccionario, repeliendo a todo el
mundo, y proyectando esa imagen de hijo de puta asegurado, que nunca deja mal
puesto el nombre de nadie, para no pagar las consecuencias, y agachar el
moño. ¿Patán, dónde cresta andái metido?
Posteado por Angela Barraza Risso
el 7:08. etiquetado en:
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