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David Villagrán


Santiago, 1984. Es licenciado en lengua y literatura hispánicas por la Universidad de Chile; actualmente cursa el programa de magíster en literatura de la misma universidad. Algunos de sus textos han sido publicados en revistas como Cyberhumanitatis, de la Facultad de Filosofía y Humanidades U. de Chile; Estafeta del Viento, España; y Plagio. Participó del taller de poesía Códices, dirigido por el poeta y académico Andrés Morales, del taller de la Fundación Neruda y del Primer Congreso de Poesía Chilena del Siglo XX (Santiago, U. de Chile). Durante el año 2007 se adjudicó una beca de creación del Fondo del Libro y la Lectura con el libro de poesía Solsticios, publicado el 2009. Junto al poeta Juan Santander, dirige Marea Baja Ediciones.

Moneda

Me dijo, pensaba en carreteras
lejanas y aletargadas de venidas,
circunnavegación de la moneda.

No sé qué siglo corría,
pero a las vías sumaba las velas,
y la fatiga de los hombres
se nos devolvía.

Era el valor,
eran los riesgos de la filosofía especulativa.
Donde nuestros rostros fueron grabados,
dando un nombre que a las cosas consumía.

No sé qué siglo corría, me dijo.
Pensaba en carreteras.
Pero nos reunía un fuego en torno
al vidrio oscuro por donde pasaba la vida.

Las acciones,
no tocaron al ángel azul tras la vitrina,
pero escrutaba
que no aquilataba las lilas.
El jardín era de todos y ninguno.


Siglo XIV

No busquen la historia, escrita
la pluma dejó la carne,
y el ave el vuelo.
Tuve el tiempo a mis espaldas.

Aquellos ojos míos de mil novecientos,
no vieron las puertas del futuro,
batientes, entre címbalo y estante.
Ni su inocencia.

Las llaves que cierran y que abren
me legaron, fuentes de plata y sangre,
anillo justo al índice de la hora,
y al espíritu, dorada corona.

Porque dí la medida con mi vara,
para poner la honra en sorna,
y sobornar al rayo y sus fulgores
donde mi imagen acompaña al oro.

Dirán que fui la grava en las artes
liberales, por montura y cruel espada,
que acuñé en la palma de las eras.
Pero nadie tejió la blanca estola.

Cierto hombre, alguna vez, puso
su puño en el entrecejo del Padre,
dividiendo las aguas, o la piedra…

Yo tomé curso, revolución primera.
Puse el sol en mi mano. Digamos,
que inauguré el juego macabro,
o bien el hecho de darle vueltas.


Ropa

El esqueleto ha blandido calzando
lo visto y lo vivido, pende
de los ganchos, de las horas
pareciendo una caja que flota
llena de fantasmas, o banderas
curvas por el viento
y sacudidas de la tierra.

Si todo lo que el cuerpo dio
ya lo envuelve el alma, limpio
como la ropa que deja un hijo muerto,
prefiero postergar el regalo
que atraviesa los mares, la invasión
de los mercaderes que imprimen
la historia de los años en mi deseo diurno
por levantar mi mácula, mi ruina.

No comprendo el idioma de los muertos,
ni los colores que atestiguan
la rica pobreza de sus telas.
Pero cantan, ocultándome abandonan
la rabia que condujo nuestros viejos huesos
a embestirse jóvenes, desnudos por un paraíso.


Comprendo el arte de dormir con ropa
si el esqueleto ha blandido
todo lo que el cuerpo dio calzando,
mi mancha, mi ruina. Sacudidas de la tierra.


Campo de deportes.

He estado negando tiempo y ornamentos,
Los sueños, una cama, la ventana en conjunción
pesan la mano los clavos del futuro
muy pocos asuntos arreglados con el cielo.

Dos cuadros para cuatro muros blancos.
Bolsos, sillas, teclas. Indeciso,
aguardo una invención tapiado a pulso.
No piensen y piensen ustedes en partir.

Ningún río desemboca. No corre por la casa
la violencia viva del animal o el insecto.
¿Podrías tú describir la imagen de un palacio?


Por esta gracia disuelta en espacio

Lo que los ojos negando hayan visto:
la trama imperceptible sobre el seno quieto
o el rostro eterno que la mujer conduce,
todo lo eleva el corazón, oscuro
junto a la luz que tensa por una idea que ama.

Así confunde cielo claro y lecho abierto
ambos, con el viento en su principio,
y habla de una amante joven siempre,
de una diosa que oye con el pulso.

A fuerza del nombre que presiente
ostentosa la memoria la remarca
cambiando por quererla más precisa;
luna de agua, o estatua semejante
modelada por la fragua de los sueños.

“Una diosa.” Y vive, reina el corazón
solo con su ritmo, náufrago en su gracia,
como si un sol antiguo se volviera
reuniendo en él los mitos de las cosas.

Pero es inútil que interprete su deseo,
lo que ella ofrece siendo muy lejano,
así contestan los ojos bien despiertos
pacientes de la espera como el tiempo
del mundo que en la mente se imagina:


El elefante

A la distancia me han enviado
no sé adónde, un elefante.
¿En qué puerto debo recogerlo?
solo sé que mientras tanto arribará.

Si ha nacido en África, en la sabana,
o es pariente del te y la especie
muy natural de Bengala,
no lo sé ni lo sabré.

Sólo pienso en sus arrugas,
en los sólidos compases de sus pies,
que rondan algún lado
buscando cómo darse a conocer.

No puedo pronunciar su nombre,
cada tierra que ha pisado lo cambió.
¿Cabría entero junto al muro,
o en la pantalla del computador?

Yo lo quiero frente a frente,
en el imposible mismo de la vida real.
Que riegue las plantas con su trompa,
Que no se olvide nunca de comprar el pan.


 
Esta fue su lectura del viernes 6 de marzo del 2009 en LDDS.

Este fue el afiche de su lectura:

Posteado por Editorial FUGA el 6:50. etiquetado en: , , . puedes segui el rss RSS 2.0. déjanos tu comentario

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