Cristián Gómez O.
NO SE EQUIVOCABAN LOS MAESTROS
(museo de bellas artes, versión libre)
Alguien cree estar escribiendo en el fin del mundo,
pero no puede negar que el camión de los helados
está pasando nuevamente por el parque donde
los niños se arremolinan a su alrededor y la
descripción del paisaje no ha cambiado
porque el ojo del que mira no ha cambiado:
confía impertérrito en que el mundo es una
catástrofe tranquila, una reunión de nubes
diríase que de paso por el cielo
sería el único argumento convincente
para encerrarnos a conversar en un café
:de cualquier cosa, menos de las nubes.
Nadie tiene ganas de salvarse de nada
pero sí de tomarse un par de chelas, de
las últimas profecías sobre algún remoto
apocalipsis las palabras tienen poco que
decir: las danzas de la muerte, un anillo
en el dedo de los que no alcanzan a apretarse
el cinturón, aunque nada tengo en ello que
ver la improbable falta de presupuesto:
y es cierto que no sabemos distinguir
como le gusta enrostrarnos a los catedráticos
de las plazas más preciadas entre el cierzo
y el mistral, ok: touché. Así decía mi hermano
cuando hacíamos esgrima con palos de escoba
y terminaba sacándome cresta y media cuando
a los dos se nos pasaba la mano con el ardor de
los guerreros: él moriría poco después, tendido
en una cancha de fútbol, mordiendo no sé
si con desesperación el pasto, de seguro
ya inconsciente, producto de una falla en
el ventrículo derecho del conjunto arterial.
El camión de los helados pasa haciendo sonar
la sirena, los niños están a punto de alcanzarlo y
el conductor sólo piensa en lo fácil que será entregarle
las planillas al supervisor del turno de las mañanas.
PERO EL VIAJERO QUE HUYE HABRÁ DE DETENER
ALGÚN DÍA SU ANDAR Y DAR POR HECHO QUE EL RETORNO
TIENE TANTO DE ORACIÓN COMO DE SINO.
Pero el viajero que huye no quiere abandonar el único
restaurant donde lo conocen por su nombre y apellido
y se sabe de memoria el recorrido de los buses con tal de
volver hasta la florida con la cabeza rebotando en la ventana,
se pasea por los aeropuertos
cerrados por la huelga de los controladores aéreos
para contemplar el rostro de los pasajeros que no van a
llegar al cumpleaños de sus hijas y se disculpa por los errores
que no ha cometido pero podría llegar a cometer. Confunde
la información de los altoparlantes con algunos capítulos
de su vida que aún no ha comentado con su siquiatra
y con la mochila colgándole del hombro
observa los horarios de llegada y de salida
como si estuviera descifrando un código
secreto: comprende que huir no es
escapar sino dejar de hacerse juramentos
que después tendría que cumplir en otro
idioma del que sólo conoce las disculpas:
la poesía es lo que se pierde en la traducción.
O en las maletas extraviadas producto de la huelga.
MILLÁN
¿Cómo traducir una hija, cómo traducir la bolsa del pan?
Los gusanos debajo del pasto no impiden
disfrutar del juego. Ese tipo de imágenes
donde la leche amanece cortada porque
la luz se fue en medio de la noche:
las palabras cuajan, en consecuencia,
como la masa de los trabajadores, rumbo
hacia el palacio de gobierno: a luchar por
la levadura (hace rato que el pan lo tienen
bien ganado: las niñas no saben cruzar la calle,
protegidas por la bolsa que arrastran todavía,
el único idioma que comprenden está llegando
al otro lado, una vez traspuesto el umbral
será el comienzo del lenguaje, ese tipo
de imágenes fundamentalmente intraducibles,
una manzana será su nombre, la palabra
el único alimento que podremos
cortar de un árbol de nuestro patio/
aunque sea el árbol de la ciencia/
ese donde aprendimos a cortar/
los versos con guiones, prohibido
para nosotros desde un principio:
los semáforos sin embargo
están de nuestra parte.
Los conductores
del transporte
colectivo:
también.
Septiembre 19, en el día de las glorias del Ejército.
CIRCUNSTANCIAL
Tal vez le tuve demasiado miedo a las arañas de rincón.
A esas oscuridades donde estaban esperándonos.
El anhelo de que el peón se coronara
alcanzando la última fila del adversario
me nubló la vista a la hora de observarlas con una lupa
pero ahora simplemente no puedo verlas.
Una vez que se ha alcanzado cierta distancia
ni los barcos pueden retornar a puerto
ni los aviones como el de Juan Fernández
cargan suficiente combustible.
Comprarse una casa en otro país,
casarse con dos hijas
no son un lastre sino un destino:
-¿Por qué fue entonces que te fuiste?
-Tenía una oferta de trabajo.
RELEVO DE PRUEBAS
El día que los violines dejen de hacerse a mano
no tendrá sentido volver a entrar a ninguna iglesia.
Ni relacionar la maternidad de nuestras antiguas
compañeras de colegio con castillos lúgubres
y deshabitados. El tono de profecía tendrá
por obligación que cumplirse por el bien
de aquellos que se sienten a escucharlo.
Los románticos empedernidos que esperaban
ser trasladados como en un sueño a un prado
donde el sol fuera mejor que sí mismo
y los profesores que hicieron carrera
alabando a esos mismos románticos
tendrán que conformarse con algunas
palabras en mapudungún cuyo sentido
necesariamente terminará por escapárseles
aunque sigan sentados sobre sus asientos
mirando con temor reverencial a la pantalla.
El día que los violines dejen de hacerse a mano
los encargados de impartir justicia adoptarán
la poética de los escombros y no convertirán
en metáforas a ninguno de ellos, no echarán
de menos los planos que antaño los reunían
y el edificio donde tuvieron que guardar
silencio seguirá invisible como el aire
al interior de esos violines hechos
a mano todavía: los intérpretes
no debieran ser oficinistas.
Ni tampoco estar casados.
No deberían llevar puesto el hábito,
por sobre todo deberían mantener para
sí mismos el secreto de confesión
porque es sabido que los violines hechos a mano
no se pueden tocar a punta de metáforas
sino a través de las imágenes hereditarias
del desastre. Para hablar con alegría
del desastre, pero hablar con alegría
sólo del desastre.
SE ME HA DADO UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
(he venido aquí a desperdiciarla)
La necesidad de ser moderno
y leer a Saint John Perse.
La obligatoriedad de haber recorrido
alguno de los territorios inexpugnables
para convertirse en el corresponsal de guerra
que pronto terminará aburriendo. La adivina
que no puede predecir los precios. El padre
de familia y tío por defecto. El improvisado
profesor que sin embargo le tiene que agradecer
a sus amigos y asistir a la primera comunión
y llegar con un regalo y una camisa nueva
por lo menos recién planchada. El tótem
de un metro sesenta, la machi
mantenida por los premios y
el marido: así cualquiera
podría enfrentarse a Murihei
Ueshiba y dar fe de aquel
encuentro. Así cualquiera
se le podría encachar hasta al más
pintao si se aferran a un eslogan
colocolino y la estampa de un capitán
y general. Así cualquiera de nosotros
recién cumplidos los veinte de rigor
después de pasar una noche en el nuevo
baquedano se sentiría en la obligación de darse
a conocer: aunque eso le cueste tener que volver
a Francia y operarse por fin de la gangrena.
Se me ha dado una segunda oportunidad.
He venido aquí a desperdiciarla.
MARCAS DE DETERGENTE
Hasta dónde tapa la sábana.
La única diferencia entre los dormidos
y los muertos: mi suegra sin embargo
duerme con la cara tapada.
Cada noche intenta dormirse
como si no fuera a despertar,
vive amortajada en ese limbo
donde los zombies como ella
tienen que arreglar la casa
porque las malcriadas no
se han vestido: porque son
demasiado lindas y el
palenque está invadido,
la manigua se lo está comiendo
pero las niñas están con hambre,
qué importa si todo el mundo
hable en inglés, lo terrible
es que no sepan español
y sean tan amables.
El frío por las noches
no le interesa: el santo
sudario con su rostro
se lava una vez al día.
El sapolio es lo único que sirve.
KRISTALLNACHT
(9-10 de Noviembre, 1938)
La política del vidrio es quedarse como está.
Se trata de comenzar una mitología
sin llegar a romperse. La idea era que
a los prisioneros había que quebrarlos
lo más pronto posible. El vidrio por
su parte tiene que aguantar. La noche
de los cristales rotos siempre será
recordada. Los escaparates por
el suelo era una forma de terminar
con la juventud: la de ellos,
la de todos nosotros. La noche
que nosotros rompimos los cristales
estábamos en la casa de la Ale
del Río y un original sin traducción
se vino abajo. La adivinadora nos
echó a patadas, la poética de arreglar
la cagá que nos mandamos
no involucra mitología
alguna. A vos te llevaron
preso: al otro día fui a buscarte
pero ya te habían soltado:
ni los pacos te aguantan más de una hora.
LES FEUILLES MORTES
(Autumn leaves)
Somos borgianos por cambiar de dirección.
Y cargar esas bibliotecas con nosotros.
Mistralianos por amar a las mujeres.
Nerudianos por lo mismo más una voz
definitivamente empalagosa. Somos argentinos
por culpa del Negro Díaz. Germanistas por
escondernos en un departamento de Lo Prado
sin que nadie se opusiera en aquel momento.
Feministas porque lo contrario no es bien visto
en estos días, huidobrianos porque estos adjetivos
actúan por su cuenta, láricos porque tendremos
que volver, habitantes de una casa de vidrio
para contemplar desnudas a sus esposas,
las hojas que están muertas según Piaf
pertenecen al otoño de acuerdo a sus
contemporáneos: somos traductores
aunque no podamos vivir de nuestras
traducciones, aunque no podamos
contemplar desnudas a nuestras esposas
porque el agua está cayendo sobre sus cuerpos
bebemos el líquido en una de esas tantas
fuentes que Roma ha puesto a sus pies:
la poética de los escombros se comprende
sólo porque la naturaleza no deja ruinas:
los turistas pasan desnudos como el agua
que vierten en verano sobre sus cabezas.
Posteado por Angela Barraza Risso
el 8:26. etiquetado en:
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Cristián Gómez O.,
Poesía chilena,
Poesía Latinoamericana
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