Héctor Hernández Montecinos
(Santiago, Chile, 1979)
De su proyecto total, Arquitectura
de la Mentalidad, que consiste en tres monumentales trilogías, dos ya han
sido publicadas, La Divina Revelación
(Aldus, 2011, México) y Debajo de la
Lengua (Cuarto Propio, 2009, Chile). Su trabajo poético lo ha llevado por
casi toda Latinoamérica, donde se han publicado varios libros suyos, además del
Latinale 2007: Festival Itinerante de Poesía Latinoamericana en Alemania. A los
29 años recibió el Premio Pablo Neruda que le otorga la Fundación homónima por
su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. El año 2010 fue
seleccionado en Cuerpo plural. Antología
de la poesía hispanoamericana reciente (Valencia: Pre-Textos) y Bombardeo de poemas sobre Varsovia
(Varsovia: Wydawca). También en el Programa de Residencias Artísticas para
Creadores de Iberoamérica y de Haití en México de FONCA y AECID. Es el compilador de 4M3R1C4: Novísima poesía latinoamericana (Ventana Abierta, 2010,
Chile).
HIJO MIO, NO REGRESES NUNCA A CASA
Hijo, no
regreses nunca a Chile
tu patria ya no
es tu patria,
tus amigos no
te saludarán.
Sólo polvo y
ceniza es nuestra casa
y tu ropa se la
llevaron los vientos del sur.
Sácate de la
cabeza la idea del regreso
nada es como
nunca
y nunca es
peor.
Tus libros los
saquearon quienes
alguna vez te
leyeron
pero ya no,
no creas eso de
que
todo océano
vuelve a ser desierto
y toda montaña
regresa a la profundidad.
Con quienes te
acostaste hoy te niegan
y a quienes
diste tus poemas
los han
arrojado a la basura
y dicen que es
estiércol.
No regreses
nunca a Chile
porque estamos
desapareciendo,
la muerte se
murió
y el poder lo
tienen las hienas
y los buitres.
Viaja por
países
báñate en los
mares que existen
y bebe de los
ríos dulces,
escóndete del
sol en cada árbol
sigue el camino
de las nubes
y llora debajo
de la lluvia:
sueña todo lo
que no puedo soñar yo.
Hijo mío, tu
país te odia
porque tú lo
odiaste primero
maldijiste a la
vanidad
y al fascismo,
se los dijiste
en la cara
y no apretaste
los dientes
como tantas
veces te lo dije.
Tus heridas
fueron más profundas que las mías
y tu tristeza
más grande que tú.
No pienses en
regresar,
es en vano,
querrán
escupirte y en la calle te insultarán
seguirán
haciendo sus fiestas
para burlarse
de todo lo que tenga que ver contigo
y se mofarán de
cada una de tus palabras.
Ya no hay
vestigios de ti
ni fotografías
viejas,
los vasos donde
bebiste cerveza
los han
quebrado en nuestras ventanas
y todo lo que
rompiste
me lo han venido
a cobrar.
Los que eran
tus más cercanos ayer
han sido
quienes más se ensañaron
y vinieron a
golpearme
para que no
dijera nada sobre ellos.
Por eso te
digo, hijo mío
no quieras
regresar a Chile
sobre todo por
una última razón:
Chile eres tú.
LA HUIDA DE LOS BÁRBAROS
Alguna vez soñé con ustedes
en esas noches sin poder
dormir;
un país los veía recorriendo
conmigo a cuestas
en una silla de ruedas
espiritual,
bailando alrededor de
cualquier accidente
para celebrar que la
geografía
es una figura literaria,
pero al revés.
Éramos una caravana
tan hermosamente solitaria y
triste
y no nos descarriábamos del
delirio
que significaban nuestras
risas en fila
escuchándose sobre las
aburridas olas
que repiten las mismas
letras
hace millones de años.
Los muchachos estos
se hastiaron de los colores
de sus patrias
y comenzaron a caminar sin
rumbo fijo;
de un día para otro
las familias se encogieron
de brazos
viéndolos salir de sus casas
como hipnotizados por una
noche
que no imaginaban.
Desde todas las ciudades
se iban sumando,
agrandábamos nuestra pena
y no nos soltábamos de las
manos
porque así era nuestro
pacto:
la sangre que nos une será
el gozo
de la buena voluntad,
la escribiremos más allá de
los géneros,
los nombres y los espejos.
Todos sus órganos son ojos
con que mirar lo que sucede,
y las películas
que han visto les parecen
parpadeos de la historia;
mientras avanzábamos
yo pensaba en esas hordas de
bárbaros
que miles de años atrás
arrasaron
con el más grande imperio;
ahora un grupo de muchachos
camina
siguiendo las exhalaciones
de la noche,
y es dulcemente más
terrible.
Entrábamos a los hediondos
bares
y allí realizábamos
ceremonias y alianzas
para no dejar de avanzar;
pasábamos a los terminales a
reírnos de los que creen
que se van o llegan a alguna
parte,
en las carreteras
escribíamos los nombres
de las estrellas y
constelaciones, como la B
612,
y en los puertos nos gustaba
besarnos
con el perfume de la piel.
Las cordilleras saltábamos
con un solo pie,
al igual que las ciudades
incendiadas
por los que inventaron las
cifras de la vergüenza;
el mar bebíamos con vino,
el pan era exquisito con
tierra,
las furiosamente hermosas
noches
estaban llenas de signos y
proyección.
Cantábamos al ritmo de
nuestras lenguas
cada vez que se nos aparecía
una incógnita en el camino
vaticinaba yo que si hubiese
estado despierto
este sueño sería un poema;
escribíamos todo lo que
podíamos imaginar juntos
y nos olvidábamos de la
antigua vida,
de los golpes que inflamaron
nuestros corazones,
de lo exuberante
que puede resultar la vanidad,
del recuerdo de
una mentira idéntica a la infancia.
Ese era el
momento de las invocaciones,
con las cuales
los parques se llenaban de árboles y barcos,
y de los
hospitales salían despavoridos
los que conocían
los augurios que venían con nosotros;
los buses
estaban repletos de carreteras
y la vida humana
parecía un corazón más
en este último
viaje.
A las universidades iban los
besos,
y los países de
Latinoamérica eran
más que los planetas,
su noche estaba más adelante
que la luna, inclinada hacia
las contradicciones.
Estos muchachos
se arrancaban las cicatrices
mutuamente
y a las discotecas iban a
curar a los leprosos,
esos que se escondían en lo
oscuro
y que jamás recibieron una
palabra de amistad.
Nadie nos detuvo,
y no llegamos a ningún
imperio,
muchas veces nos extraviamos
y volvimos a andar por los
mismos caminos
pedregosos, áridos,
difíciles,
pero aun así
si estos muchachos volvieran
a buscarme
en alguno de los siglos
venideros,
yo sería el primero en salir
a la calle
y decir ‘vamos’,
vámonos con nuestras penas a
cuestas,
porque si de algo se trata
la literatura
es hacer de la vida, un
paraíso
un
paraíso en llamas.
NIETO DE DIOS
Aún no te he
tocado
con estas manos
que vienen saliendo
de la desdicha
esta noche.
Nos escuchamos
y nos deseamos a lo lejos
con lo que nos
ha dado la muerte,
es decir, los
ojos
para ver la
distancia entre una piel y su padre.
Algo hay en tu
mirada que el cielo tiene a cierta hora
tal vez el
pudor de una tenue lluvia en ese bosque
al que regreso
cada vez que quiero dormir
para poder ser
el animal que pierde
el camino a
casa.
Somos dos niños
manchados por el océano,
abandonados
bajo las miles de constelaciones
que pasan sobre
nosotros como aves imaginarias
siguiendo los
secretos debajo de las lenguas
donde está Dios
diciéndote al oído
que el
verdadero amor jamás será pecado.
Todas estas
palabras están escritas en la arena
para que la marea se las lleve y las haga suyas
para que la marea se las lleve y las haga suyas
y sean la voz
de hombres
que cambian de
rostro constantemente,
pues sus ojos
son astrolabios, sus manos ballestas
y sus bocas
arcos de violines que resuenan
en los barcos
hundidos donde viven hace millones de años,
sus calaveras
nos hablan ahora
con los labios
llenos de anzuelos
ya que saben lo
que es ser distancia de su otro yo
mago y
libertino.
Se apagarán las
luces
para que
envidie la noche
la luz que el
deseo
le da a los que
se enamoran
sin conocerse.
Ya lo verás,
ave y astro.
Yo lo sueño
esta noche
él me sueña con
la muerte,
unidos en el
sol de las cinco flores que cuelga
de estas
palabras, de esta R,
que
escribe un niño ebrio de
años robados al
polvo,
ese mismo polvo
que hace de los
huesos humanos
poemas de amor.
Posteado por Angela Barraza Risso
el 16:49. etiquetado en:
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Poesía chilena
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