Felipe Cussen
Felipe Cussen (Santiago de Chile,1974) ha publicado los libros de poesía Mi rostro es el viento (Libros de la Elipse, 2001), Esto es la globalización: (Foro de Escritores, 2005) y Deshuesos (Animita Cartonera, 2007; incluye un cd con remezclas de músicos) y la novela Título (Libros de la Elipse, 2008). También ha presentado poemas visuales, poemas sonoros, videos y performances. Desde el 2006 trabaja junto a Ricardo Luna en obras que combinan música, poesía y proyecciones visuales. El año 2008 expuso la instalación "Este poema jamás desaparecerá" en Valparaíso. Es miembro del Foro de Escritores (http://forodeescritores.blogspot.com/).
Es Doctor en Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra, e investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. También enseña en la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, donde edita la revista Laboratorio (www.revistalaboratorio.cl), especializada en literatura experimental. Junto a Marcela Labraña publicó la antología Mil versos chilenos (Ediciones B, 2010).
Junto con Álvaro Bisama conversa sobre televisión abstracta en el podcast Somos Millones, y escribe sobre farándula para la revista Pániko.
UNA
PROPUESTA MODESTA.
Los poetas experimentales de las últimas
décadas, al igual que sus predecesores vanguardistas, han criticado y parodiado
continuamente el aura romántica y suspirante que históricamente se asocia a la
poesía. Rara vez, sin embargo, se han hecho cargo de la nueva aura que ellos
mismos han comenzado a desarrollar a partir de una supuesta pureza en la
manipulación seria y concienzuda de técnicas muy específicas y la aparente
indiferencia respecto a una popularidad masiva de sus propuestas. Pareciera que
el rótulo de “poesía experimental” fuera un sello de calidad incuestionable, lo
que promueve la autoindulgencia e impide reflexionar sobre condiciones básicas
para cualquier receptor que no sea otro poeta experimental. Así ocurre cuando se
nos somete a un poema sonoro o una performance cuyo tiempo de exposición suele
atentar contra muchas paciencias, en función de un determinado “estado” al que
se supone que hay que llegar, pero que muchos de nosotros ni siquiera
vislumbramos. También se observa una inconsistencia en la invitación, como
parte de una disolución de la jerarquía del autor, a un grado mayor de
participación de los receptores. En prácticas colectivas como las acciones
poéticas o happenings, suele crearse una liberación apenas ilusoria por parte
de un director de orquesta que no quisiera renunciar a sus atribuciones. No es
muy distinto a lo que ocurre con algunas obras digitales interactivas, donde el
exceso de órdenes y sobreexplicaciones apabullan al manipulador, subrayando la asimetría
entre el manejo tecnológico de quien diseña la obra respecto de quien la hará
funcionar.
Aunque defiendo de manera entusiasta y quizás
demasiado optimista la actitud de exploración en cualquier lenguaje artístico,
la verdad es que, al menos en mi experiencia de lector o auditor, me he
aburrido con obras novedosas en un porcentaje similar al que me he aburrido con
obras convencionales. Pienso, entonces, que también se hace necesario
desmitificar las labores de los propios poetas experimentales, y borrar, de
paso, esa impostada seriedad que sólo esconde la imposibilidad de la ironía y
autocrítica. Advierto que jamás he pensado que las obras deban alterarse para
satisfacer la pereza o simplismo de cualquier tipo de público, pero también me
parece excesivo refugiarse en esta aura a la que me refiero para justificar los
caprichos de algunos poetas que llegan a este tipo de prácticas pretendidamente
innovadoras como una forma de trabajar menos y de disfrazar con conceptos sus
carencias. Como creo que el punto de partida de cualquier escritura deben ser
los materiales con que se trabajará, de momento que una pieza considera a sus
receptores como un elemento central del soporte o su funcionamiento, no se
puede eludir la reflexión sobre sus expectativas, grados de atención y
disponibilidad. Es obvio que no es lo mismo leer de pie sobre un escenario que
recitar un poema por teléfono, así como no es lo mismo esperar que un
internauta perdido active una interfaz que interpelar a gritos a los
parroquianos de un bar. Sin esta conciencia, los intentos de interacción o de
provocación pueden terminar convirtiéndose sólo en fondos de pantalla o música
ambiental.
Robo un planteamiento de
Charles Bernstein: “Poetry should be at least as interesting as, and a whole
more unexpected than, television”. ¿Es
posible hacer un poema más impactante que la confesión inesperada de una
estrella del cine? ¿O un poema más entretenido que un buen partido de fútbol?
Lo veo muy difícil, pero mientras tanto propongo que al menos habría que pensar
en las reales apacidades de resistencia de los auditores y considerar
seriamente en recortar los tiempos de las fascinantes performances que estamos
imaginando a la mitad de lo que habíamos presupuestado. Mairead Byrne, en una
divertidísima comparación entre la poesía y el stand-up comedy, explicita este
acuciante problema: mientras que un buen comediante siempre acierta en el
momento que debería terminar su rutina, “poets don’t know how to end. They’re always saying
‘Do I have time for one more?’ Or ‘I’ll just read one, no two, well maybe three
more.’ How about none more? How about DON’T?? Stand- ups don’t say Do I have
time for another joke???”
No.
Felipe
Cussen
Posteado por Angela Barraza Risso
el 11:16. etiquetado en:
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Poesía chilena
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