Cristina Chain
Cristina Chain (Villarrica/ Chile, 1968):
Escritora y diseñadora gráfica. Ha publicado los libros
Tijeras Turkas (Editorial Felicita Cartonera Ñembyense, 2009);
Llevo Heridas (Editorial Felicita Cartonera Ñembyense, 2010);
Clónica (Editorial Pata Sola,Colombia, 2009).
Esto (Editorial La Polla Literaria, 2012)
Sus textos también han sido difundidos en revistas como Pluma &
Pincel y Musaraña. Colabora mensualmente en Revista la Noche.
Es fundadora de Editorial Cizarra Cartonera.
En el año 2011 participó en el Primer Encuentro de Editoriales Cartoneras de Latinoamérica en Asunción, Paraguay, invitada como poeta y editora.
Nada que decir
Qué puede decir un amante: nada. Solo ganar territorio perder quitar bombardear.
Qué puede transar un amante cuando cada día cambian piezas en el mapa.
No queda más que construir una nueva ciudad en el desierto contratar mano de obra que
haga pozos, sal, muertos. Lanzar piedras y el viento.
O pasear por un pueblo en esta costa diciéndose cosas como sordo mudos en el inmenso
ruido del mar.
Caminar por el paseo Ahumada donde todos van cayendo muertos a medida que
avanzamos entre bombas y ese llanto que arde y que hace sufrir hasta al más desalmado.
Qué puede decir un amante a su amante: nada, solo cruzar puentes, solo avistar el río
como viene turbio y rabioso.
Nada más que despedirse en un paradero en medio de una avenida de espejos.
Nada puedo decirte, pierdo la voz.
BiPolar / diario crónico & clónico
El siglo pasado abrí las piernas y tuve hijos,
los dejé en prenda con una Yo.
Porque ella, en cambio, sabía lo que hacía:
prender velas al santo más expedito para el próximo trabajo.
Pensar en hacer monedas de oro
para comprar otras de lata.
ella sabía lo que hacía.
Señor perdona a la que no sabe lo que hace
porque ella, la que adoptó a sus hijos si sabía, perfectamente
por ejemplo, asesinar sombras que iban a amenazar sus sueños de noche.
Cortó en pedazos el grito final.
Ella sabía lo que hacía cuando decía portazos huyendo.
En cambio la solitaria trabajadora a 100 pesos la hora, no sabía lo que hacía
se perdía en sus noches de neblina creyendo en el número de la suerte
para ir a encontrar las migas que la conducirían al hogar
pero no creyó que jamás se regresa.
Vio gemir gargantas y les pidió ayuda
pero no sabía que en la neblina se pone afónico el sudor
señor perdónala, indemnízala.
Robaba leche con pestañas de polvo. Taconeaba en el piso de madera podrido
con un cigarro y medias rotas en un punto escondido
las cosía con método japonés para que jamás jamás nadie se diera cuenta.
Se arrancaba el pelo en los velorios contratada para cantar llantos
se colgaba del ataúd. Caía en la fosa y luego sacudía la tierra del abrigo
y se dispersaba entre la procesión rota.
Escucho lentamente
la palabra
que se sucede pequeña en la boca
y se aleja al jardín nublado.
No me habla de arterias,
de estanques
ni del grito que me da la flor inconsistente.
La palabra se sostiene del lejano verbo
como si fuera este presente
un lugar cualquiera.
Escucho
como los niños escuchan
el ajetreo de los dedos
Acompaño al pescador
le hablo del sol que no lo señala
y no hay viaje,
solo esto.
Posteado por Angela Barraza Risso
el 16:43. etiquetado en:
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