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Francisco Ide


Francisco Ide Wolleter (Santiago, 1989). Fue becario de la Fundación Pablo Neruda, durante el año 2010. Estudia Literatura Hispánica en la Universidad de Chile. Su primer libro de poesía, Observatorio, fue publicado en 2011 por Ediciones Corriente Alterna.


De Observatorio

Visiones


¿Vio Homero los rosados dedos de la aurora,
o se los explicaron?



1

no es que te estés perdiendo de mucho –porque
no te pierdes ni una- pero, algunas salvedades: el Azul

de un dedo martillado en el trabajo, de una bufanda azul marino
que salta del transfer al mar aceitoso del canal de Chacao y  
queda flotando como un cuerpo de esa época de Picasso
pegado sobre un cielo impresionista,

no, de nuevo, el color azul;

te explico: el Azul
es la distancia entre un brazo estirado y el vacío
el vértigo entre el paso en falso y la escalera mecánica
un andamio que se repite hacia arriba y hacia abajo
piedras lanzadas en contra pero a favor de la corriente
un río se limpia de impurezas, desmembrado se arroja en la cascada.

Antes de la peste negra y la penicilina la ropa la lavaban en el río
porque la espuma en la piedra y la corriente
concentraba la grasa depurada de los fiambres; no tenían jabón
ni la obsesión por la higiene que fascistas de renombre dejaron como herencia
a los poetas que cortan queques en el templo. Azul
se torna la piel de los que mueren de hipotermia
junto al río (y en el río, donde lavan la ropa) o en la calle
durante el hibernum, tirados por ahí cual carne molida /
pescados descompuestos. Algunos, sin embargo y en cursiva, se sanan
se salvan, los recomponen, los pasan por butifarra en el supermercado
donde compran queques los del templo. Azul, también, se tornan
los cuerpos lanzados a la mar desde helicópteros
y los que empujan al roquerío del cauce séptico
que aclara en las provincias.

la muerte es un circulo Azul (mental o de lápiz pasta) que encierra
una palabra entre todas las palabras de las que está atestada la página,
no del poema, sino del obituario -esa bibliografía-.
La muerte es la silueta de un cadáver
marcada con tiza Azul en el cemento oscuro.
La silueta la marcan de la misma manera
en que tus dedos atentos –de ciego-
repasan las facciones de las chiquillas del café:
con una mano les repasas las facciones, con la otra les aprietas la muñeca,
ellas no saben que prácticamente estás haciéndoles el amor,
quisieras que todas te amaran sólo a ti,
que a ninguna se la lleve el tsunami,
que a ninguna se le llueva la casa, pero ya sabes.


2

quedamos entonces en que el Azul, la muerte (un cadáver, silueta, etc.)
y la noche (que no nombré pero que es la realidad por la que transitas,
el traje que te envuelve, tu protector de pantalla, diría) son la distancia
entre un brazo estirado y otra cosa. Un vértigo tenso entre tus dedos atentos
y el rostro de alguien.

ahora, hay cosas menos importantes, pero si quieres nos ponemos melosos:
el tinte de las hojas en otoño sabrás traducirlo
al ruido de los huesos que trituras cuando avanzas tu oscuridad,
un osario de Sedlec venido abajo.

Dices: la brisa: el vino pasado por la boca de la amada, palabras
pronunciadas en la costa + el olor a yodo marino, me hacen pensar en puro
seguir escuchándola. Un discurso de conchas lamidas como helado sin arena.
Digo: ausencia de la brisa: tu amada de pronto aplastada por la niebla.
La niebla -me dices-, distancia entre un brazo estirado y el vacío.
Te digo: unos ojos que vigilan desde la alcantarilla.

concordamos en que la única justicia es que el perro que te guía no te devore,
que no te mordisquee como cochayuyo, como a Judas en las fauces del Luci,
que su hambre no le gane al dolor de devorarte, como le pasó al pobre
                                                                          y no tan pobre Ugolino
y el resto de las cosas quede en ti como la luz de una ampolleta
                                        dibujada sin que la notes
                  en el vidrio de la ventana / superficie de tus ojos
que a estas alturas de la pena y la cerveza
parecen un cielo raso pintado de cielo raso
para confundir, para que no se sepa
quién pone la música que suena en el entretecho,
cuál tema viene después de este y si nos invita a quedarnos, o bien,
nos echa cagando a patadas en la raja.



Caravana


aprovechando el desplazamiento y la velocidad
sacábamos la lengua por la ventana y comparábamos
los sabores de la noche tu aliento a vino barato
inédito como vapor de agua recolectado en los ríos secos
que dicen que hay en la luna
los caballos cáscaras vacías cuya mirada terrible
era el vínculo entre un mundo y otro vino
pasado por tu boca
una exageración de jardines repletos de lavanda
ventanas de buses que acentúan las ojeras y tu boca
que pronuncia atajos, claves sobre lo que escribo
cuando escribo que duermes miro el paisaje
y tapo con el cuaderno la luz de la estación de policía




Pleno día


el sol alumbra apenas el pleno día
a mi espalda crujen besos como sombras repeliéndose en el agua
el ruido de los autos se introduce despacio entre boca y boca
y sólo se puede hablar de pájaros a las cuatro de la madrugada
llenos de miedo y de sustancias
que mantienen alerta a las luces de contacto

el pleno día no da para confundir letreros brillantes con la luna
las esquinas no dan para dibujarse geométrico
junto a los ángeles de escarcha
que se tocan fluorescentes en la noche

la ciudad nos permite pocos aciertos
y no se camina precisamente en busca de alguno:
andar con cuidado es transitar casi transparentes
el espacio entre un lector y su objeto de lectura,
andar con cuidado es insultar cuando se pueda
la inteligencia de la policía,
andar con cuidado es machacar las vitrinas
de los bares de la metropolis lentamente, solemnemente,
e intentar resolver poemas tranquilos
como hongos nucleares en el desierto         -entre brindis y besos
que suenan como hongos nucleares en el desierto-
y no aterrarse de estar ahí dando la espalda y lo poco
que queda en los bolsillos,
moverse feliz y apenas,
confundirse en el ramaje de una  bugambilia morada
-como hematomas en el crepúsculo-
sortear las calles de la forma en que deciden su espesura
las enredaderas,
eventualmente abarcarlo todo
por ahí dejar trampas que nadie note, redes que a nadie atrapen

tocar sin tocar
y estar ahí sin embargo recorriendo las calles
inaudible
como un hongo nuclear en el desierto.


Posteado por Angela Barraza Risso el 11:56. etiquetado en: , , , , . puedes segui el rss RSS 2.0. déjanos tu comentario

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